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Una Novena con reparos 11/7/2005

18 de Julio de 2005 | 13:26 |
Gilberto Ponce

Tres años antes de su muerte, Ludwig van Beethoven concluyó una de sus obras de mayor significado personal. No sólo fue su testamento instrumental, que marcaría a todos los compositores posteriores, sino que planteaba una problemática ética y filosófica, que reunía los principios que regían la vida e ideales de su autor.

A tanto llegó la preocupación de Beethoven porque los mensajes planteados fueran cabalmente entendidos, que en un cambio revolucionario decide incluir por primera vez la voz humana en una sinfonía. Para ello se sirvió de algunas estrofas de la "Oda a la Alegría" (An die Freude) de Friedrich von Schiller, que hablan del anhelo de hermandad universal, bajo la mirada de un bondadoso Padre común, al que los hombres deben buscar más allá de las estrellas.

La obra, que se encuentra en el inconsciente colectivo, provoca gran expectación cuando se interpreta, llenando teatros en todas partes del mundo. También ocurrió así en esta presentación, que inauguró la Temporada Internacional 2005 de la Orquesta Sinfónica, en el Teatro Universidad de Chile.

La Sinfónica, el Coro Sinfónico de la Universidad de Chile y cuatro solistas, bajo la dirección general de David del Pino, fueron los intérpretes, en una versión que no llenó las expectativas cifradas en ella.

Pensamos que David del Pino realizó una versión poco unitaria, sólo con ciertos momentos logrados, que no fueron suficientes para darle una coherencia interpretativa y dramática, desde el primer hasta el cuarto movimiento.

El sonido de la orquesta que había sido objeto de elogios en los primeros conciertos del presente año, desapareció ante ataques y sonidos inútilmente duros. El equilibrio entre las diversas familias instrumentales se consiguió sólo a veces. Las cuerdas casi desaparecieron ante el contundente sonido de maderas y bronces. Capítulo aparte fue el solista en timbal, quien creyó que su parte principal llegaba hasta más allá del segundo movimiento, sobresaliendo molestamente en todos los demás.

Sorprendentemente hubo varias descoordinaciones rítmicas en el primer y último movimiento.

No obstante lo anterior, se lograron muy buenos momentos, como en el solo (a manera de recitativo) de violonchelos y contrabajos, al inicio del cuarto movimiento, de un hermoso sonido, fraseo y extraordinaria musicalidad. También destacó toda la primera sección del tercer movimiento (Adagio molto).

Si bien en el ámbito de la velocidad o los tempi, es una cuestión propia de cada director y bastante personal, encontramos que algunos de ellos son discutibles, como la fuga del coro en el cuarto movimiento, riesgosamente lenta, o el trío del segundo movimiento con el mismo problema.

El rendimiento del coro dirigido por Hugo Villarroel Garay, fue de gran nivel en lo vocal y en afinación.

En cuanto a los solistas vocales, la soprano Patricia Cifuentes, de voz segura y notable afinación, brilló en la sección final, de tremenda exigencia vocal. La contralto Claudia Godoy lució muy discreta en volumen y carácter. El tenor Daniel Ross todavía no tiene la voz para este papel. A pesar de ser afinada, es muy pequeña y le falta carácter, en particular en la "marcha". Leonardo Aguilar, el bajo, realizó un importante rol. Su comienzo, cuando interrumpe a la orquesta con las palabras que el mismo Beethoven colocó antes del texto de Schiller, fue de gran nobleza y belleza vocal, manteniendo estas características, además de musicalidad en toda su participación.

En resumen, una versión poco satisfactoria, con una orquesta que debe recuperar la prestancia sonora de comienzos de año, de la que era responsable el mismo del Pino, un Coro de gran desempeño, dos solistas en un buen pie, y un director que queda en deuda, pues antes ha dirigido en gran forma esta misma sinfonía.