Juan Antonio Muñoz H.
Cristina Deutekom (1978) y Marcela de Loa (1989) fueron las últimas intérpretes de "Lucia di Lammermoor" en el Teatro Municipal de Santiago. La ópera volvió este año en una puesta original y atractiva firmada por Emilio Sagi y liderada por Elizabeth Futral y Tito Beltrán (funciones internacionales), y por Patricia Cifuentes y Juan Carlos Valls (Encuentro con la Opera). En el ciclo nacional, la dirección estuvo en manos de José Luis Domínguez, quien se mostró cuidadoso y expresivo, aun cuando es necesario que profundice en la forma de llevar adelante de manera fluida el discurso instrumental del bel canto. Su mano encontró su verdadero cauce a partir del formidable sexteto, resuelto por músicos y cantantes de manera magnífica.
Emilio Sagi planteó la historia en la época victoriana. La atmósfera generada por la escenografía (Enrique Bordolini) parecía inspirada en el "Drácula" (1992) de Coppola, con los hombres vestidos de negro, con tongo y anteojos, a lo Gary Oldman, y Lucia en look de la desaforada Lucy de Sadie Frost en el mismo filme. La estética era buscadamente feísta y gótica, pero sugerente e inquietante, características que van en continuo crescendo, generando cuadros formidables. Hay cosas discutibles, por supuesto, como la cama que baja y sube al inicio, y el maquillaje de las mujeres del coro, algunas con triple patilla. ¿Para qué? El vestuario femenino, verdaderamente hermoso, en particular los trajes de la protagonista para el matrimonio y el de Elisa con su velo lúgubre en el momento del funeral (Imme Möller).
En lo que respecta propiamente a régie, Sagi pone atención en que la fragilidad mental de la protagonista se muestra desde el inicio, lo que está muy bien, pero también efectúa un interesante trabajo de actores, en especial respecto de los papeles de Elisa y Raimondo. La escena de locura fue prácticamente coreografiada, lo que es una opción válida. Sin embargo, es un error de obviedad actuar las coloraturas (lo hicieron las dos protagonistas, de manera que debe estar marcado) y resulta divertido que Lucia salga de matar al marido con una muñeca en los brazos, más si en Chile la jerga popular habla de "peinar la muñeca" cuando alguien está mal de la cabeza. Tampoco es necesario corretear fantasmas ni jugar con poner o sacarse el velo de novia; si hay una gran intérprete, basta con hacer esta escena sola bajo un seguidor, sin moverse, apoyada sólo en el gesto amplio y las capacidades expresivas.
Patricia Cifuentes es una promesa y su Lucia está en camino de construirse. Hay dos características que son clave en ella: tiene una facilidad inusual para cantar y comunica su gusto por hacerlo. Por eso encanta y conmueve. La voz es la de una soprano ligera con agudos enormes y muy timbrados; el resto del registro parece aún en formación. Nunca hizo adornos de mal gusto y enfocó su trabajo desde la sobriedad, lo que se agradece. Para el futuro, la joven cantante chilena deberá consolidar su personalidad vocal, algo central en la carrera de cualquier artista lírico. En el caso de las sopranos, eso pasa por tener un centro particular y desarrollado. Además, tiene que avanzar en la construcción del papel; por el momento, ella interpreta cada escena (y lo hace muy bien), pero todavía no da cuenta de un personaje completo, coherente de principio a fin. Su "Scena della pazzia" fue justamente ovacionada por su total entrega.
Pocas veces se puede escuchar un tenor con un volumen de voz tan grande como el del uruguayo Juan Carlos Valls, quien canta con convicción y facilidad, y que es participativo de la acción teatral, pero que debe enfocar la vocalidad de su personaje en el estilo adecuado. Especialmente en los momentos más dramáticos, su emisión deriva hacia esas zonas mal entendidas del canto verista. Patricio Méndez no es propiamente un barítono belcantista, pero su Enrico es una autoridad escénica. Homero Pérez da otro paso en su carrera al encarnar con belleza de tono, canto en estilo y contenida emoción las líneas de Raimondo. Aunque pequeña, la voz de Leonardo Pohl sirvió de manera musical y comprometida a Normanno; Carolina Ortiz hizo escuchar algunas frases de Elisa que suelen pasar inadvertidas, y José Castro fue un apropiado Arturo. Como siempre, el Coro del Teatro Municipal (dirección Jorge Klastornick) estuvo espléndido en dinámica y sonoridad; esta vez, el conjunto masculino tuvo una solidez que quedó de manifiesto en el saludo final del público.