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Experiencia de lujo 6/10/2005

06 de Octubre de 2005 | 17:12 |
La cantante cubana y su orquesta mostraron, el viernes pasado en el Teatro Caupolicán, cómo hacer bailar y emocionar al mismo tiempo.

David Ponce


No está lleno el Teatro Caupolicán y tras los bastidores hay un conflicto con los productores que va a trascender pronto, pero apenas Omara Portuondo aparece sobre el escenario no hay otra verdad que la de la música. La cantante cubana, una de las luminarias del elenco de Buena Vista Social Club que en 1997 se transformó para el mundo en el mejor hallazgo musical de una tradición con décadas de edad en la isla, viene a demostrar en vivo toda la estatura que tienen los veteranos de esa escuela.

El primer lujo son sus músicos. Una pequeña orquesta de once integrantes es un acompañamiento generoso, capaz de desplegarse entre una versátil sección de metales, dos percusionistas, dos coristas que también tocan sendos violines, un guitarrista y un pianista, además de las figuras claves del conjunto: un maestro tresero o ejecutante del tres cubano, instrumento de cuerda típico del estilo son de la isla, y un director para quien el acto de dirigir consiste en recorrer el escenario, bailar y hacer un solo de saxo antes que plantarse al frente con la solemnidad de una batuta: un músico igual de jugado que el resto.

Y el definitivo argumento es la propia Omara Portuondo. A sus 75 años, la energía de la cantante está vigente al punto de lograr levantar de sus asientos a una floja platea con el sólo llamado de sus brazos en alto o sus manos batiendo palmas, como lo consigue a contar de la segunda canción una y otra vez. Omara, vestida en suaves colores y siempre cadenciosa sobre el escenario, canta un bolero, un cha cha chá, un son en el que declara con orgullo "Soy cubana, soy de La Habana", y va intercalando con sabiduría los distintos géneros de la música popular cubana, incluido su reciente disco Flor de amor (2004), nominado al premio Grammy latino.

A sus espaldas la orquesta hace lo suyo: imprime a la voz cantante la escolta de un sonido que remite directamente a algún casino habanero de antes de la revolución, pone en juego la más vigente fiebre bailable afrocubana con elegancia y ejecuta un interludio de jazz latino. Y un momento cumbre llega cuando el maestro tresero sale al frente a trenzarse con Omara Portundo en un baile tan ancestral como sabroso que vuelve a encender a la audiencia.

Omara Portuondo dosifica su voz con sensibilidad. Cuando habla al público lo hace a bajo volumen y entona la mayor parte de sus canciones con ese timbre suave, pero en ocasiones se muestra vibrante y toma por asalto al oyente, en especial cuando cambia sobre la marcha la línea melódica de las canciones con especial talento. En esos momentos se suma una nueva y definitiva virtud a los méritos musicales de este elenco: Omara Portuondo muestra a flor de piel el sentimiento necesario para improvisar, sólo porque está en Chile y a solas con su pianista, unas estrofas de "Gracias a la vida". Lo hace de un modo en el que nadie más podría cantarlas, y termina de transformar en único un concierto que ya es sorprendente y emotivo.
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