Gilberto Ponce
De bastante interés ha resultado esta Temporada de Primavera a cargo de la Sinfónica de Chile. En sus dos últimas fechas hemos conocido obras poco usuales, como el Concierto para Tuba y Orquesta de John Williams —la semana pasada— y ahora el que abría este quinto programa: el Concierto para Timbales y Orquesta del alemán Werner Thärichen, nacido en 1921, en estreno en Chile.
Usados generalmente como apoyo rítmico y armónico, los timbales parecían destinados sólo a esa función. En el caso de este concierto, sin embargo, su autor nos muestra nuevas facetas en cuanto a expresión.
Sus tres movimientos explotan al máximo las posibilidades del instrumento, exigiendo por lo tanto de un avezado intérprete. Pensamos que Gerardo Salazar respondió ampliamente a los requerimientos de la obra. Estuvo certero en lo rítmico y en lo dinámico, como asimismo en los cambios de afinación de sus cinco timbales, que cuentan con una afinación cromática.
Ya en el primer movimiento, tanto en las secciones imitativas como en las de diálogos, Salazar demostró un dominio notable de la obra.
El segundo movimiento, Lento, para nuestro gusto el mejor de los tres, irrumpe con un sutil solo, al que se suman luego las cuerdas, que crean una misteriosa atmósfera, incrementada al aparecer maderas y bronces. Esto constituye una estupenda progresión dramática, de crescendo y diminuendo.
El tercero se inicia sin interrupción, obligando al solista a casi un total "movimiento perpetuo" de gran virtuosismo, al que no le van en saga las dificultades para la orquesta.
David del Pino, quien retomó la batuta para este último programa de la temporada primaveral, cumplió junto a sus músicos una loable tarea, que destacó los valores de la obra.
El alto rendimiento de la orquesta se mantuvo en la interpretación del célebre "Concierto de Aranjuez", para guitarra y orquesta de Joaquín Rodrigo.
El hermoso sonido del solista Romilio Orellana entregó una versión alejada de lo rutinaria, en la que destacó su expresiva musicalidad.
Si bien durante el primer movimiento se produjeron leves desajustes rítmicos entre solista y orquesta, éstos en nada empañaron su resultado total.
Mágica fue la atmósfera creada por guitarrista y orquesta en el segundo movimiento, desde el tema del corno inglés, al que se agregó de magnífica forma el resto de la orquesta. Orellana plasmó de todo el sentimiento requerido a una de las páginas más famosas de la historia de la música.
Perfecto estilo y carácter fue la tónica del movimiento final. En éste, Orellana, Del Pino y sus músicos obtuvieron resonante triunfo.
El Preludio de Heitor Villa-Lobos, con el que Orellana agradeció los interminables aplausos, confirmó su condición de "maestro" de la guitarra.
No es fácil analizar la música escrita para el cine, pues ésta cumple una función incidental de apoyo a la imagen. Estas partituras tratan de conmover al espectador usando recursos como temas repetitivos, uso indiscriminado de la percusión, clímax sucesivos; los que, en la audición independiente del filme, pierden gran parte de su efecto.
Además, por más hermosas que sean algunas melodías, éstas no pueden dejar de hacer pensar en las calles de Nueva York, aunque el argumento ocurra en el antiguo reino de Siam.
A pesar de estas consideraciones, no podemos desconocer que se trata de música bien orquestada, que produce agrado y deja a la gran mayoría del público feliz. Algo que resulta de vital importancia para los programadores.
La orquesta cumplió en esta parte una actuación del más alto nivel de profesionalismo, como si se tratara de grandes maestros, con afinación y en el más ajustado estilo, según fuera el caso.
En esta parte del programa a la labor de la Sinfónica se sumaron la Camerata Vocal —que dirige Juan Pablo Villarroel— y el Coro de Niñas del Liceo Nº 7, dirigido por Paola Zamora. David del Pino se esmeró al frente de todos los conjuntos nombrados para resaltar los valores de cada una de las partes presentadas.
Solo objetaremos la fonética de las solistas, perdida en el intento de cantar lírico, algo que es más bien popular.
Ruidosos aplausos agradecieron el extenso programa y el alto nivel interpretativo.