Marcelo Contreras
Como sucede con toda banda que sale de la comarca rockera de Chile, la bocanada de aire que Pánico ha tomado durante los cinco años que llevan en Francia, es una refrescante brisa que se transmite en su música en directo. El sábado en la discoteque El Huevo en Valparaíso, la banda se reencontró con el público chileno para estrenar oficialmente su último álbum, Subliminal kill, aquel que impresionó a la crítica europea.
Por lado y lado, el abrazo fue sincero. Pese a la ausencia aún hay fanaticada Pánico capaz de repletar una sala, y saltar sin pausa por el resorte de pop, punk, disco y sicodelia que impulsa el quinteto. Es una maquinaria que se activa gracias al pulso hipnótico del bajo. Desde aquel dibujo rítmico se montan toda clase de ruidos como de una vieja película de ciencia ficción clase B, y unos guitarrazos que parecen la descarga de una onda radial que va y viene. El cuadro lo remata la voz de Eddie, destinada a ser siempre el tono de un adolescente disconforme, y curioso de experimentar con todo aquello que sobreestimule la conciencia. Pánico en vivo va a la vena y obliga a mover los pies y luego el cuerpo. Ése es el efecto. Puro placer.