Gilberto Ponce
Memorable jornada fue la vivida en el segundo concierto de temporada de la Orquesta Filarmónica de Santiago. En ella coincidieron un conjunto en el mejor nivel, un director de primera línea y un solista que, sin duda, se convertirá en uno de los más grandes intérpretes de violín.
En el programa, alejado de estridencias o efectismos, la finura del equilibrio clásico fue protagonista. Bien podía esperarse una discreta reacción del público. No obstante, el sobresaliente resultado le hizo aplaudir ruidosamente cada una de las obras escuchadas.
Moshe Atzmon ya en su concierto anterior había dado muestras de su dominio estilístico y de su ascendiente sobre los músicos. Ahora se encontraba ante una orquesta inspirada, con una musicalidad, sonido y afinación que jugaba a la perfección.
El joven solista Shunsuke Sato, de tan sólo veintiún años de edad, volvió a reeditar el suceso del año pasado. Dueño de un talento que ya podemos considerar maduro, fue el notable intérprete del Concierto Nº 3 en Sol mayor de Wolfgang Amadeus Mozart. Tal vez sea éste el más lírico de los conciertos del genio de Salzburgo y, al igual que el resto del ciclo de los cinco conciertos para violín, la parte solista no se distingue por el virtuosismo propio de los conciertos del Romanticismo en adelante. Aquí encontramos elegancia clásica y sutileza expresiva, características que resaltaron en la versión de Sato.
Su bello sonido se complementó con articulaciones precisas. Los justos cambios dinámicos y el mejor equilibrio posible con la orquesta, que siguiendo las indicaciones de Atzmon, fue el acompañante perfecto.
Estas obras, así como las otras del programa necesitan de intérpretes de esta categoría para hacerles justicia.
Qué decir de los diálogos del primer movimiento o de la belleza inusitada del alado Adagio, donde los pianissimos del solista dejaron casi sin respiración al público. En el tercer y último movimiento, debemos destacar la fusión absoluta de solista y orquesta en la sección central, como en el exultante tema del Rondeau que domina el resto del movimiento.
Como encore y ante las interminables ovaciones, Sato ofreció unas increíbles variaciones de Paganini, que sintetizan todas las dificultades que el autor podía poner a los interpretes. Nuevo éxito para Sato.
Los seis movimientos que componen el "Divertimento" K. 251, con se inició el concierto, fueron una sucesión de exquisitos momentos. El director ubicó a los contrabajos en el lugar de los violonchelos para realzar el papel que juegan y todos los instrumentos, a solo o en familias completas, no cesaron de encantar. La versión rescató la elegancia del Minuetto, que recuerda a Gluck, la gracia en la Marcha a la Francesa, la transparencia sutil en el Andantino y los juegos del Rondeau final. Pocas veces creemos haber escuchado un sonido más ajustado al estilo.
La juvenil Sinfonía Nº 3 en Re mayor de Franz Schubert cerró el programa. Aquí Atzmon hizo resaltar todos los valores de la obra, con frases entre familias, diálogos instrumentales y contrastes dinámicos, en una obra escrita según los más estrictos patrones clásicos de la "forma sonata", pero ya con el espíritu romántico propio de su autor. Con la orquesta ampliada, el director y el conjunto corroboraron todos los atributos mostrados a lo largo de la jornada.
Público y orquesta premiaron largamente el espléndido trabajo de un gran maestro, que llevó a la Filarmónica a grandes alturas.