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Con Pérez y Gokieli en su mejor nivel

24 de Julio de 2006 | 00:00 |
Gilberto Ponce

Mientras el Teatro Municipal de Santiago se debate en una crisis que parece no tener fin, la Orquesta Sinfónica de Chile continúa exitosamente desarrollando su Temporada Internacional, con programas interesantes y presentando a nuevos directores. Un hecho que se ha traducido en alta convocatoria de públicos satisfechos por el alto nivel expuesto por el conjunto universitario.

El ambicioso programa que dirigió el joven y talentoso maestro argentino Alejo Pérez dio cuenta de la excelencia orquestal y permitió conocer en terreno las virtudes de un director que además es un experto en música contemporánea. Pérez enfocó en modo certero el clasicismo de la "Sinfonía Nº 22 en Mi bemol" de Franz Joseph Haydn. Con gesto claro y de memoria, logró de la orquesta un hermoso sonido y una perfecta amalgama entre las cuerdas y los dos cornos franceses, que junto a los dos cornos ingleses conforman la estructura instrumental en esta obra. En cuanto a sonoridad, la sinfonía recuerda a veces a Gluck. Fue cuidadosamente delineada en fraseos y dinámica, cuidando esos balances que descubrieron, al fin, los mejores valores de la obra.

Además de director, Alejo Pérez es compositor, lo que incide en el conocimiento de todas las posibilidades instrumentales. Un “plus” a favor de los equilibrios sonoros que desea. Se palpó en la ejecución del "Concierto Nº 3 para piano y orquesta SZ. 119" de Bela Bartók, que en ciertos momentos recuerda a su “Concierto para Orquesta”. Ahí, el compositor vuelve a las tradiciones tonales, rescata elementos de carácter folclórico y convierte su una obra en música de gusto masivo.

Aquí el director argentino logró una total fusión entre orquesta y solista, una pianista de sólo 22 años, aunque ya con una interesante carrera. Nacida en Tbilisi, república de Georgia y en el seno de una familia de músicos, Anano Gokieli es dueña de una técnica de digitación perfecta y de una gran musicalidad que quedó en evidencia en los contrastes expresivos y dinámicos, y en la intuición para unir su piano con la orquesta.

El virtuosismo y bravura de los movimientos extremos se contrastó con la melancólica serenidad del adagio religioso. Ese pasaje exige al solista su máxima expresión, pues en las frases a la manera de un coral y el en diálogo con la orquesta alejan la obra de todo brillo superfluo. Aquí el acompañamiento de Pérez sobre los balances sonoros fue en extremo cuidadoso. Consiguió una gran sonido de la orquesta, tanto en los “tutti” como en las secciones para solos. Las ovaciones hicieron justicia a un gran trabajo entre pianista y orquesta. En agradecimiento y como "encore", Anano Gokieli interpretó una compleja obra de autor georgiano.

La segunda parte del concierto desconcertó a gran parte del público, pues el director tocó sin interrupción las dos obras programadas. Nos llevó desde las sugerencias, atmósferas y colores de “Lontano” del recientemente fallecido György Ligeti, hasta explosiones sonoras de “La Consagración de la Primavera” de Igor Stravinsky. El acabado conocimiento de las obras por parte del director se hizo patente en ambas. Pérez llevó a los músicos a tocar según sus mejores posibilidades, manejando las tensiones y relajaciones de “Lontano” y también las complejidades rítmicas de la “Consagración” Aquellas que no permiten la menor distracción por parte de los músicos.

Las pequeñas imperfecciones en nada empañaron el resultado final. Sólo aconsejan tal vez, uno o dos ensayos más, en razón de uno los programas más ambiciosos y exigentes que haya enfrentado la orquesta en los últimos tiempos. Es una orquesta que sigue cosechando triunfos, una solista de primer nivel, y un director que por su calidad, debiera volver a presentarse en este escenario con otros programas.