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Tropiezos primaverales

23 de Octubre de 2006 | 00:00 |
Gilberto Ponce


Bastante irregulares fueron los resultados obtenidos por la Orquesta Sinfónica de Chile, en esta inauguración del Festival de Primavera bajo la dirección de Nicolás Rauss. Quedamos con la sensación que a este misceláneo concierto le faltaron ensayos, cuestión fundamental, sobre todo ante obras de autores tan dispares en forma y estilo.

Incluso el excelente sonido que había logrado el conjunto en esta ocasión se vio bastante desdibujado. A ello debemos agregar fraseos duros y poco musicales, ataques y cortes imperfectos y en ciertos momentos, afinación precaria. Todo lo anterior con el mismo director que en conciertos previos logró resultados óptimos. Sin duda un mal paso, que estamos seguros se corregirá en los próximos programas.

La primera parte consultó obras de dos autores latinoamericanos, abrió el programa un estreno para Chile, la “Tocata” del uruguayo Héctor Tosar, autor fallecido el 2002. La obra, escrita para gran orquesta, tiene una marcada influencia de autores estadounidenses, país donde Tosar se perfeccionó. Transcurre sin mayores sobresaltos y resulta de interés relativo. Pensamos que la versión no destacó sus posibles valores, incluso algunas secciones resultaron confusas.

La flauta de Hernán Jara

El mayor logro de la noche, se consiguió con la versión del “Concierto Nº 1 para Flauta y Orquesta”, del venezolano Raimundo Pineda. Ahí intervino en gran forma el solista de la orquesta Hernán Jara. La interesante obra resulta de gran exigencia para el flautista, en cuanto requerimientos de tesitura, articulación y carácter. Tanto el solista como la orquesta, (formada sólo por cuerdas y percusiones con marimba incluida) consiguieron entusiasmar al público por lo musical de su versión.

A lo largo de sus tres movimientos, muy virtuosos el primero y tercero, y el muy cantábile segundo, Jara y el conjunto crearon las atmósferas precisas para los interesantes diálogos que a ratos recordaron la música de Bartók.

De gran interés resulta en la última parte, la adición de la marimba, que aporta timbre y color a un movimiento de evidentes influencias folclóricas. Sin duda un gran logro para Hernán Jara, el director Rauss y la orquesta.

Las tres “Danzas húngaras” de Brahms (1, 3 y 10) resultaron un tanto pesadas, con poco vuelo popular, pero sobre todo inseguras. Recordamos una falla importante de las maderas en la danza número 3. Durante la número 10 se logró mayor cercanía al carácter.

Desajustes orquestales

Las dos obras de Franz Liszt que cerraron la velada, pusieron en evidencia los problemas que señalamos anteriormente. En ellas Rauss, no logró captar su espíritu, desdibujando la oscura melancolía de la “Rapsodia húngara Nº 5 en Mi menor” mientras que la orquesta respondió con afinación y sonido a veces precario.

El confuso inicio del poema sinfónico “Mazeppa”, dio la pauta para una versión que a ratos fue errática en cuanto al contenido programático, y que no logró el concepto unitario que marque el arco expresivo que posee.

La orquesta y el director han quedado en deuda con un público que se acostumbró a resultados de gran nivel, y que nos hace pensar sobre la conveniencia de estas mezclas programáticas.
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