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Mucho más que dos

07 de Febrero de 2007 | 00:00 |
Gilberto Ponce


Un inesperado regalo veraniego recibimos en Santiago al escuchar el excelente dúo formado por los alemanes Sophia Jaffé en violín y Björn Lehmann en el piano. La pareja que venía de obtener un rotundo triunfo en las Semanas Musicales de Frutillar, se presentó en la excelente acústica del Centro Comunitario “B’ Nei Israel”, contando además con el auspicio del Instituto Goethe.

A pesar de su juventud, ambos han ganado diversos concursos internacionales, y su calidad como dúo quedó ampliamente ratificado. El programa, de gran exigencia, consultó la “Sonata N° 3 para violín y piano en Mi bemol mayor”, Op. 12 de Ludwig van Beethoven, la “Quinta sonata para violín solo” del belga Eugene Ysaÿe, la “Sonata para violín y piano en Re menor” Op. 75 de Camille Saint-Saëns y el “Capricho vasco” de Pablo de Sarasate.

Ambos intérpretes impresionan por su musicalidad, el notable afiatamiento, el dominio técnico y un certero acercamiento a los estilos de cada uno de los compositores. La interpretación de la música de cámara requiere de una gran sensibilidad. Se ve que Jaffé y Lehmann tiene un gusto particular por ella y ahí radica el placer de escucharlos tocar. Sólo irradian un goce particular en cada una de sus interpretaciones.

Ya en la sonata de Beethoven se pudo apreciar el fraseo inteligente, las respiraciones y sus coherentes articulaciones, en una interpretación abierta que transitó desde la bravura de los movimientos extremos, hasta la expresividad poética de su segundo movimiento en un notable arco expresivo.

Uno de los más grandes intérpretes del violín de todos los tiempos, además de compositor, es Eugene Ysaÿe (1858- 1931), su obra puede ser comparada con la de Paganini en razón de sus notables dificultades de interpretación. Para tocar música del belga se requiere de un solista de primer orden. Y Sophia Jaffé lo es.

En esta obra maravilló a los asistentes con una clase magistral de técnica, para no ahondar en su perfecta afinación. Los escollos más impresionantes fueron resueltos con pasmosa naturalidad, dobles cuerdas, glissandos, stacatos simultáneos de arco y mano izquierda, armónicos y todas las articulaciones posibles no revisten para ella ninguna dificultad.

De exigencia técnica y expresiva enorme es la sonata para violín y piano de Saint- Saëns. Aquí la sorprendente digitación de Björn Lehmann fue correspondiente al robusto sonido del violín en cada una de las articulaciones. Cada rubato o acelerando, cada acento o intención, encontró a los solistas en perfecta sintonía, tanto en la expresividad apasionada del primer movimiento, el tema popular variado del segundo, o bien en el virtuoso “perpetum mobile” del tercero.

El aire popular del “Capricho vasco” de Sarasate y sus importantes dificultades cerró un programa que fue una suma de virtudes musicales y que ante los atronadores aplausos
Agradecieron con la “Danza húngara N° 7” de Johannes Brahms. En medio de tanta excelencia, sólo nos extrañó la amplificación del piano, sobre todo en la primera parte, porque distorsionó un tanto el bello sonido de los instrumentistas. Estaba de más para una sala de tan buena acústica.
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