Gilberto Ponce
Una de las experiencias más gratificantes que pueda tener un asistente habitual de conciertos, es escuchar un coro de niños. Su entusiasmo, la seriedad con que enfrentan sus programas y ese maravilloso hecho de seguir siendo “siempre niños”, es algo que de una u otra forma termina por conmover hasta el más frío.
Hasta hace pocos años eran frecuentes las visitas de estos grupos a nuestro país. Coros alemanes, austríacos, franceses, y estadounidenses remecían cada cierto tiempo el ambiente coral chileno con sus voces. Ahora ante la visita de el inglés “Westminster Boys’ Choir” al Teatro Municipal existía una gran expectación pues se lo anunció como uno de los mejores coros de niños de la actualidad.
No sabemos si este es el único coro relacionado con Westminster, como ocurre con otros coros de niños europeos. Lo cierto es que este grupo dista bastante de lo publicitado. No obstante lo que realmente conmueve es el tremendo entusiasmo y seriedad digna de profesionales que mostraron a lo largo de su segunda del domingo 25 (ya habían actuado a mediodía en un concierto en la Catedral de Santiago), cuestión que tal vez pudo haber influido en el resultado del concierto de la tarde.
El director Jeremy Walker lleva bastante tiempo frente a la agrupación y suponemos que es el responsable en buena medida del repertorio. Los consideramos bastante plano, en particular durante la segunda parte, que fue dedicada a canciones de corte popular y donde prevaleció un sentimentalismo que creemos muy alejado de los intereses y sensibilidad de los niños. Hay que ser más adulto para enganchar con el swing o las baladas.
La técnica vocal del grupo es muy elemental y se puede decir que su canto es “natural”. En la tesitura alta tienen dificultades de afinación. Además pensamos que el sonido no es el correspondiente a su número de integrantes (40). Si todo el conjunto cantara como lo hace el grupo de niños solistas, nos encontraríamos frente a un coro de verdad muy importante.
En los aspectos positivos, llama la atención su disciplina, los fraseos de una importante cantidad de obras, su natural musicalidad, su manejo de la dinámica y la felicidad que transmiten al cantar.
Sólo un par de obras las cantaron
a capella, pues el resto del programa lo hicieron acompañados de un conjunto instrumental bastante solvente. Como puntos altos de su presentación debemos destacar en primer lugar la versión del primer número del “Stabat Mater” de Pergolessi, cantado en estilo, y excelentes fraseos.
Siguieron “El Señor es mi pastor” de Schubert, cantado con muy buen sonido por un grupo pequeño, el “Himno de Alabanza” de Mendelssohn y sus secciones antifonales, el “Panis Angelicus” de Franck, cantado muy expresivamente, “Love Divine” de Goodall, que los acercó a lo popular, y el “Herbstlied” de Mendelssohn de gran carácter, así como la fuerza de la obra de Rachmaninoff.
En síntesis un grupo en que destaca su entusiasmo, pero que no satisfizo las expectativas que se habían cifrado en ellos. ¿Las razones?, un repertorio que contaba con demasiadas obras de similares características.