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Los cambios que ya asoman

18 de Abril de 2007 | 16:55 |
Gilberto Ponce

El tercer programa de la Temporada de Conciertos de la Orquesta Filarmónica de Santiago sirvió para aquilatar el enorme avance que ha logrado el conjunto en estas pocas semanas que llevan tocando juntos y luego de la reestructuración a que fue sometida.

Mérito del director y de sus profesionales y jóvenes músicos, que en este programa francés lograron una sonoridad propia de un conjunto ya consolidado. Pocas veces hemos escuchado la obertura del concierto “El Corsario” de Héctor Berlioz con un sonido como el que se conseguió en esta ocasión. A su extraordinaria belleza, se suma la absoluta precisión en las filigranas de las cuerdas y maderas, los diálogos perfectos entre familias, los logrados contrastes y una expresión sobresaliente.

El “Concierto para piano y orquesta” de Francis Poulenc cerró la primera parte. Intervino como solista, el pianista italiano Roberto Prosseda. Difícil es considerar a esta obra como un verdadero concierto, ya que tiene la estructura de una “sinfonía concertante” o bien de un “divertimento”, ya que el piano no es exigido como en otros conciertos y se limita a una sucesión de melodías amables y contrastantes.

El ecléctico lenguaje lleva la obra desde lo neoclásico a lo popular. A veces recuerda la música para el cine. Ahí encontramos que a un momento lírico le sucede uno irónico o festivo. Todo a través de diálogos de cierta dificultad para el solista, aunque considerando siempre al piano como un instrumento más de la orquesta.

La interpretación de Prosseda no hizo nada por destacar los valores de la obra, limitándose a un sonido liviano sin mayor compromiso de solista. El acompañamiento de Latham-Koenig, fue pulcro y cuidadoso, obteniendo una vez más un hermoso sonido de sus músicos.

Aunque los aplausos no fueron mayormente entusiastas, Prosseda procedió a tocar como encore el “Nocturno N° 2” de Chopin, en una versión con demasiados accidentes y totalmente alejada en estilo.

En el último tiempo hemos escuchado dos versiones del “Réquiem Op. 48” de Gabriel Fauré. Cada una de ellas muy diferente de la otra y en este caso la versión de Latham-Koenig fue intimista y lírica. A ratos etérea. Y totalmente alejada de algún elemento descriptivo. Incluso se la podría considerar como una serena oración.

La orquestación de Fauré es bastante simple, y en varios números el coro es acompañado por una o dos familias, incluso los violines no tocan en todas las partes. Esta característica llevó al director a conseguir fraseos de notable belleza, haciendo salir a luz melodías que en otras versiones no se resaltan. Creemos que “hizo cantar a la orquesta”.

El Coro del Teatro Municipal, dirigido por Jorge Klastornick, cumplió una gran labor. Sobre todo por haber logrado al cantar pianissimos de sorprendente belleza, que sólo pudo alcanzar en contadas ocasiones, con el peso vocal a que acostumbran. Sólo creemos que a las sopranos les afectó este estilo de canto, pues en las secciones casi a capella tendieron a perder la afinación. Los tenores tuvieron siempre una hermosa y sólida línea de canto. Consideramos como lo mejor del coro el inicio de sobrenatural misticismo, el “Sanctus” con el exultante “Hosanna”, el “Libera me Domine” y el etéreo y hermoso final, con su alusión al Paraíso.

Patricia Cifuentes, cantó expresivamente y con hermosa voz el “Pie Jesu”, mientras que el barítono Javier Arrey, solo convenció en su segunda intervención. Encontramos que a su voz le faltó proyección y línea de canto, particularmente en su primer solo.

En resumen, un concierto en el que la orquesta ha demostrado, un nivel gran profesional permitiéndole llegar a las metas musicales mucho antes de lo imaginado.
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