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El entusiasmo y el encanto

22 de Mayo de 2007 | 00:00 |
La mejor cantautora pop del continente presentó en vivo su disco Limón y sal en Santiago, incluido un ovacionado dueto con la rapera chilena Anita Tijoux en vivo.

David Ponce


Sola, a dúo y con anfitriona: Julieta Venegas recreó sobre todo sus dos discos recientes, cantó en dupla con Anita Tijoux e invitó a la emergente cantante y pianista chilena Francisca Valenzuela a abrir su show en Santiago (fotos: Cristián Soto L.).
Lo que tarda en pasar de una canción a otra: ése es el tiempo que basta a Julieta Venegas para mostrar todo lo que ha avanzado. En un momento escogido del show que dio este sábado 19 en el capitalino Teatro Caupolicán, por una vez la cantante mexicana se remonta a sus inicios y toca "De mis pasos", una canción de su primer disco, para luego saltar diez años y cantar "Me voy", uno de sus nuevos éxitos, y ése es también el salto entre una canción con muchas palabras para descifrar y otra con las palabras justas para aprender y cantar con todo el mundo.

Alguna vez Julieta Venegas habló de sus pasos y cantó hacia dentro: aprendo de mis pasos, entiendo en mi caminar, dice de hecho esa canción de su disco Aquí (1997). Ahora puede dejar que los cerca de cinco mil fans que han llegado a verla al teatro canten por ella, que de hecho es lo que todos hacen en "Me voy". Y si la persona que en primera fila ni siquiera es una quinceañera sino un tipo que siente y canta de corrido y a voz en cuello la bonita melodía del verso "No voy a llorar ni decir que no merezco esto / porque / es probable que lo merezca pero no lo quiero y por eso me voy", ése es un éxito pop comprobado.

Estaba dicho que la nueva visita de la cantante a Chile sería la ocasión de mostrar en persona las canciones de su nuevo disco, Limón y sal (2007). Sólo un par de veces en el show ella saca a relucir sus primeros discos, y es el regalo justo para pensar que eso parece el prodigio de una vida anterior: la otra de tales canciones es "Sería feliz", de su álbum Bueninvento (2000), y en ella agita con gracia su moño y su chasquilla mientras toca con vehemencia su acordeón de 26 teclas. Porque la cantante se entrega con energía en vivo, bien balanceada entre la casi tristeza de "La última vez" y el ritmo funky de la bien elegida "Donde quiero estar", incluida en su disco previo, (2003), donde además de cantar baila y sabe contagiar de entusiasmo a la audiencia.

Uno de los valores agregados de ver a Julieta Venegas en Santiago de Chile es asistir en directo al mismo dueto que recorre el continente a bordo del videoclip de "Eres para mí", el más reciente y mayor éxito de Limón y sal a la fecha. Y es una sacudida la ovación que recibe Anita Tijoux cuando la anfitriona la invita a recrear esa canción a dúo al escenario, donde la cantante y rapera chilena se muestra suelta y ágil para deslizar sus rimas y repetir entre otros versos que el corazón es un músculo, si no late revienta. "Anita, anita", termina gritando la galería, que luego hasta está en condiciones de celebrar y corear "La jaula de oro", corrido original de Los Tigres del Norte, incluida una rechifla para la mención de Estados Unidos.

Una versión final cumbiera de "Sin documentos", de Andrés Calamaro, y la despedida con "Andar conmigo" son la rúbrica, de nuevo coreada por un público que no ha dejado de cantar, por ejemplo, "Si me hablas de amor, si suavizas mi vida, no estaré más tiempo sin saber qué siento". No lo dice Julieta Venegas: lo dicen de nuevo cinco mil fans en el Caupolicán, antes de que la cantante, tras una pausa, responda "me han dejado sin palabras. Yo que siempre hablo tanto". Es "Lento", una canción a tono con las decenas de parejas de novios que hay en el teatro. De hecho ha sido lento. Desde una bendita primera vez en la Sala SCD del barrio Bellavista con cuatro canciones como invitada de Los Tres en enero de 1998 hasta sus sucesivas actuaciones en el Teatro Oriente, el Teatro Providencia, el Estadio Víctor Jara y ahora el Caupolicán, Julieta Venegas, la mejor cantautora pop del continente, se ha impuesto a su ritmo. Ahora sonríe, después de una nueva noche de trabajo, y ni su moño ni su chasquilla están ya tan ordenados como al principio.
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