Gilberto Ponce
Sorprendente resultó el debut del director español Álvaro Albiach frente a la Orquesta Sinfónica de Chile. Comenzando por una musicalidad que se transmite naturalmente a través de gestos claros y precisos, que demuestran de paso el dominio total de las partituras que enfrenta.
Hace mucho tiempo que en la Sinfónica no se escuchaba un programa íntegramente “impresionista”, con un abanico de cuatro compositores, cada uno con personalidad propia dentro del estilo que los une.
La jornada demostró que cuando tiene al frente a un director solvente, la orquesta obtiene resultados magníficos. De más está decir que hace mucho tiempo que no escuchábamos un sonido de la calidad que entregó el conjunto en esta oportunidad.
Afinación y fraseos impecables. Exquisita musicalidad. La orquesta logró gradaciones dinámicas digna de las mejores del mundo. Estas cualidades impulsadas por el director se apreciaron primeramente en la “Sinfonía sevillana” Op. 23 de Joaquín Turina, con una balances perfectos que se mantuvieron durante todo el programa.
En este caso captó perfectamente aquella atmósfera entre melancólica y misteriosa de las dos primeras partes. Y también como la festiva de la última. La interpretación de esta obra requiere una cierta ambigüedad rítmica, conseguida plenamente aquí gracias a que la batuta fue capaz de respirar junto con los músicos. También se logró en los cambios rítmicos de la “Fiesta de San Juan”. No existió la menor vacilación del conjunto, gracias a la claridad de Albiach.
A sus 74 años, Antón García Abril es uno de los compositores más destacados de España. Ha indagado en diversos lenguajes musicales, entre los que no escapa el dodecafonismo con el que entró en contacto gracias al compositor chileno Gustavo Becerra.
De este autor español se escuchó “Hemeroscopium”, en alusión a un mito griego sobre el Mediterráneo. Es una obra bastante ecléctica en su lenguaje, el que podríamos definir como de un impresionismo avanzado que casi alcanza al expresionismo. En ella encontramos múltiples sugerencias, conseguidas a través de sus fragmentos contrastantes que a veces recuerdan a otros compositores. El pulso del director logró extraer la esencia de la obra, con una respuesta brillante de la orquesta.
Dejando los compositores españoles, la segunda parte fue dedicada a los impresionistas franceses. Primero se escuchó la “Rapsodia española” de Maurice Ravel, en una de las mejores versiones que hayamos presenciado en vivo, pues todo el ambiente, las atmósferas y colores, fueron logradas en forma perfecta.
El director logró excelencia de cada músico y para no pecar de injustos destacaremos el brillante trabajo del corno inglés.
“El mar”, los tres bocetos sinfónicos de Claude Debussy, cerraron la magnífica jornada. Es imposible no alabar la progresión dinámica y dramática de “Del alba al mediodía en el mar”, o la mezcla de texturas en “Juego de olas” con sus planos sonoros (el canto de la fila de chelos), para finalizar con la mágica entrada de “Diálogo entre el viento y el mar”. Una obra que logró crear imágenes con las frases de las diferentes familias, donde cada una de ellas, sólo mostró excelencias.
¿Desde cuándo no escuchábamos esos pianissimos en los bronces? De una calidad correspondiente a un desempeño de un nivel notable en cada uno de los integrantes de la sinfónica.
Las larguísimas ovaciones después de cada obra premiaron en forma justa el trabajo de un gran director, en una de las mejores presentaciones de nuestra Orquesta Sinfónica.
Si en un concierto anterior, señalamos el desgano del conjunto, ahora sólo fue evidente el deseo de responder de la mejor forma a los requerimientos de director del tamaño de Álvaro Albiach.