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Maravilla wagneriana

20 de Julio de 2007 | 00:00 |
Gilberto Ponce

Sólo en tres oportunidades ha subido al escenario del Teatro Municipal de Santiago, “Tristán e Isolda”, la emblemática y bella ópera de Richard Wagner. La última vez fue en 1986, en una producción que se convirtió en un verdadero hito para nuestro país.

Justificadas eran entonces las expectativas frente a esta nueva producción y en justicia debemos decir que nadie salió defraudado luego de haber presenciado esta hermosa y vital puesta en escena.

No nos referiremos a la numerosa literatura, que desde siempre se le ha dedicado a esta ópera, como tampoco a insistir en sus valores musicales o en la influencia que tuvo esta obra en la música contemporánea. Sólo diremos que es una de las más grandes obras musicales que jamás se hayan escrito.

La música

Para lograr éxito en esta empresa, es imprescindible contar con el “otro cantante”. Estamos hablando de la orquesta. Sin este soporte todo el edificio perdería sustento, pues no sólo debe tocar bien. También debe interpretar y crear atmósferas, y siempre debe fundirse con el canto de los protagonistas.

Como la Orquesta Filarmónica está todavía bajo los efectos de su reestructuración, podía esperarse un rendimiento sólo correcto, sin la intensidad necesaria en el requerimiento de la obra. No obstante, bajo la conducción de su titular Jan Latham-Koenig, superó los innumerables escollos, comportándose como una orquesta fogueada.

No podemos dejar de mencionar el expresivo y bello sonido del corno inglés, al inicio del tercer acto. Hermoso sonido, afinación impecable, fraseos, arcos y articulaciones exactas, pero por sobre todo una expresividad que fue fundamental para el resultado dramático final.

Aquí, la sabia mano de Latham-Koenig obtuvo para sus músicos un triunfo de la mayor envergadura.

La producción

La dupla formada por Ramón López como escenógrafo e iluminador y Diego Siliano en diseño de arte digital logró crear mágicos mundos, tanto concretos, como abstractos y ensoñados a través de transparencias e imágenes en movimiento del mar, y con una iluminación que fue apoyo constante de los momentos sicológicos.

Sin desmerecer otros momentos destacaremos la escena del primer acto, cuando la pareja protagónica ha bebido la pócima, quedando en un éxtasis amoroso, elevados del piso en medio de total oscuridad, y sólo el fondo mágicamente iluminado.

También el dúo de amor del segundo acto, cuando todo lo concreto desaparece, quedando los amantes sólo en el ideal etéreo de sus deseos, en un juego muy bello de iluminación. También el contínuo juego de las olas contra las rocas en el último acto, mientras Tristán, herido de muerte, sueña con la llegada de su amada. Finalmente la escena del desenlace donde Isolda se despide de su amado antes de morir ella también, en una mágica fusión de olas con el grabado donde los amantes parecen quedar unidos hasta la eternidad.

El régisseur Marcelo Lombardero, (asistente Rodrigo Claro) realizó un gran trabajo, con movimientos precisos, separando planos y consiguiendo dar realismo al drama. Las escenas de conjunto fueron resueltas con gran limpieza.

El vestuario de Luciana Gutman lo consideramos acertado plenamente en Isolda y en Brangania, tanto en la factura como en el color, aunque parcialmente logrado en Tristán y el Rey Marke. Curioso fue el vestuario de Melot: parecía un torero de frac. Y los uniformes a lo “Matrix” de los soldados del rey fueron detalles menores no empañaron para nada el resultado final.

Las voces

La sólida y gran voz de Jeannne-Michéle Charbonnet entregó espléndidamente su Isolda, usando ejemplarmente sus recursos vocales, potente en los fortes, expresiva en los pianissimos. Como actriz se movió con facilidad desde el despecho al enamoramiento y de la duda a la decisión para comunicar finalmente, su expresivo dolor en la escena final.

El tenor John Treleaven, como Tristán, tuvo un comienzo bastante débil. Su voz estuvo muy irregular, pero mejoró desde el segundo acto hasta ser convincente en el tercer acto mientras espera la llegada de Isolda. Aunque en el canto él puede convencer, como actor sus movimientos son muy poco adecuados.

Petra Lang, la mezzosoprano, estuvo impecable como Brangania, tanto en lo vocal como en actuación. Su hermosa voz fue el sustento terrenal para este amor que trasciende lo meramente humano. El bajo Reinhard Hagen, como el Rey Marke, aportó su prestancia escénica, ya que posee una hermosa y expresiva voz que logró conmover en la escena del perdón.

La poderosa voz de Christopher Robertson, fue un estupendo Kurwenal, pasando por los diversos estados emocionales que requiere el personaje. Ricardo Seguel, José Castro, Javier Arrey y Pedro Espinoza cumplieron en muy buena forma sus pequeños roles, tanto en lo vocal, como en lo actoral. El Coro Masculino del Teatro Municipal (Jorge Klastornick) tuvo un desempeño esplendido, tal como es habitual en este conjunto.

En síntesis, una gran producción que debe enorgullecer al Teatro Municipal, que tuvo como responsable final en cuanto a lo musical a un gran maestro que supo traducir todo los mensajes explícitos e implícitos de una de las grandes óperas de Wagner.
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