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El juego de la perfección

08 de Agosto de 2007 | 14:03 |
Gilberto Ponce

Las temporadas de la Fundación Beethoven se han caracterizado siempre por el alto nivel de los conjuntos y solistas que presenta, situación que se corrobora ampliamente en esta 2007, y a mayor abundamiento, ahora tuvimos la oportunidad de escuchar a una de las agrupaciones de cámara de mayor prestigio internacional. Nada menos que el “Pinchas Zukerman Quinteto”, conjunto formado y dirigido por este famoso intérprete de violín.

Lo primero que atrae del grupo es su natural sencillez, muy propia de los grandes artistas. Enseguida su musicalidad exquisita, a la que se agrega un certero acercamiento estilístico.

El sonido es noble y hermoso, sin existir entre sus músicos el menor intento por ganar protagonismo. El quinteto es una máquina donde cada pieza está en función del todo. Por ello los diálogos y fraseos, resultan asombrosamente naturales.

Una obra poco usual abrió el programa. Se trata del “Terzetto en Do mayor” Op. 74 de Antonin Dvorak, escrito para dos violines y viola, que nos transportó a través de diferentes partes: desde la melancolía ensoñada, a la gracia popular, pasando por la elegancia del trío del scherzo, sin obviar lo dramático. Fue muy interesante escuchar esta obra singular, que reúne lo mejor del lenguaje de Dvorak.

Del romanticismo extrovertido de Dvorak, saltaron al clasicismo de Wolfgang Amadeus Mozart, en su “Quinteto en Do mayor” K. 515. Tocado en perfecto estilo, haciendo resaltar cada una de las voces con arcos y articulaciones exquisitas.

Es difícil no mencionar la elegancia de los ataques o los diálogos y el “canto” expresivo del “Andante”, o bien, el delicioso ”Minueto”, en el que el violín y la viola primeras, tienen gran importancia melódica, finalizando con el hermoso “Allegro” y sus juegos en los fraseos y dinámica.

El “Quinteto en Sol mayor” Op. 111 de Johannes Brahms sirvió para ratificar las excelencias de los visitantes. Aquí, según lo exige el estilo, el sonido se agrandó y fue más “pastoso” para dar el peso necesario al entramado polifónico de la obra. Sin el menor titubeo en los cambios de tempi, acentuando la expresividad y con un desarrollo notable de las progresiones dramáticas.

Una vez más la viola tiene un rol muy importante en el “Adagio”, movimiento que se caracteriza por un dramatismo doloroso y que culmina conmovedoramente. Lírico y sereno es el tercer movimiento, en el que se destacan los contrastes de gran finura.

El cuarto movimiento final solo puede ser considerado brillante, y un pequeño desliz de afinación hacia el final, sólo sirvió para recordarnos que los ilustres visitantes también son humanos.

Ante la euforia de una concurrencia que se resistía a abandonar el teatro, ofrecieron como encore, un movimiento de un quinteto de Mendelssohn de extraordinaria finura y muy contrastante con el resto del programa. Sin duda una visita que será difícil de olvidar, porque permanentemente jugó con la perfección.
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