En su nuevo disco, Shakira parece haber traicionado todos sus ideales. Porque la ex colorina se había convertido en la líder de las mujeres caderudas, de pelo oscuro, impopulares, pero aún así aguerridas, atractivas y sobre todo, independientes.
Ahora todo eso ha cambiado. Tal vez se deba a su romance con De la Rúa jr, pero el hecho es que el look de esta ex antiheroína es más argentino que el de las propias argentinas: flaca, oxigenada, de mirada artificial y parada arrogante.
Además del cambio de look, el disco es un claro intento de conquistar el mercado anglo parlante, esfuerzo que, por supuesto, incluye una débil incursión en el rap.
También se incluye un par de coqueteos con el tango (otra evidencia de su "argentinización") y en varios temas del disco (producido por Emilio Estefan jr.) es posible percibir un extraño dejo ochentero, influido por una sonoridad new wave, sobre todo en el uso de los bajos.
Es un trabajo correcto, sin duda, pero a pesar de eso, da la sensación de que con él Shakira no llegará a conquistar a Estados Unidos como lo hizo Ricky Martin.
Esto, porque en los temas en inglés, Shakira pierde fuerza, suena distinta, incluso parece otra cantante. Y no es que se parezca demasiado a otra, sino más bien deja de ser ella misma. Suena sumisa, enredada con el idioma, poco natural, como que le faltara la sangre y el fuego con el que Ricky Martin encandiló a los gringos que lo convirtieron en el ídolo del momento.
En resumen, con este trabajo la colombiana ha hecho una jugada peligrosa, porque en el intento de conquistar el mercado anglosajón, he dejado de lado sus principales rasgos, esos que la convirtieron en un poderoso referente entre las mujeres que no se sentían identificadas con las típicas cantantes latinas.
Felipe Ossandón