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Obras francesas para arpa

17 de Agosto de 2007 | 01:14 |
Las posibilidades ignotas de arpa, postergada o mirada con escepticismo, suspendida por el prejuicio y la ignorancia. A pesar de esto, nadie puede olvidar este antiguo triángulo provisto de cuerdas de distinta longitud, fijas por sus extremos a una caja de resonancia y que se pulsan con los dedos de ambas manos.

Es uno de los instrumentos más difíciles de dominar por la extensión de sus cuerdas, las formas de afinación y la variabilidad de volúmenes que permite la caja.

Markus Klinko (Winterthur, Suiza, 1961), alumno de Pierre Jamet y Lily Laskine, ofrece un repertorio que no sobrepasa el 1935: Ravel, Debussy, Satie, Ibert y Fauré. Vale decir, sólo música de cámara francesa, y una música capaz de movilizar hacia sorprendentes zonas desconocidas y que también permite la introspección.

Las sonoridades de Debussy, nunca sujetas a reglas de encadenamiento, se encuentran en sus danzas sacra y profana, que a menudo recuerdan "Pelléas et Mélisande" y que fueron compuestas para arpa cromática y acompañamiento de cuerdas. Ensemble de cuarteto de cuerdas, flauta y clarinete (en el CD a cargo de solistas de la Orquesta de la Ópera de la Bastilla) tiene el arpa en la Introducción y Allegro de Maurice Ravel, una pieza cuyo interés radica en los timbres instrumentales y en las suaves maneras de sus distintos coitos. La escritura para el arpa es virtuosa y así lo entiende el intérprete que no deja espacio para que alguien dude de su talento técnico.

Pero es en el arreglo para arpa y flauta hecho por Quinto Maganini sobre "Pavana para una infanta difunta" (Ravel) que el artista se muestra señor en la tierra de los claroscuros, de los matices. Vuelve al virtuosismo con Ibert en "Entr'acte" y al encanto con la música de Fauré, en "Berceuse en Re Mayor". También juega, detrás de Satie. Todo termina con Claude Debussy y su Sonata para flauta, alto y arpa (1915), nostálgica en la visión de Klinko y melancólica en el decir de su autor, que quizás se refería a los recuerdos que hace en ella del siglo de Rameau. En esta obra, no se siguen las reglas tradicionales de la sonata: el brumoso Debussy busca la inasible disciplina de la libertad y Klinko lo acompaña hasta el final en su empeño.

Juan Antonio Muñoz H.
EL COMENTARISTA OPINA
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