En la selección de los temas que componen este álbum, Serrat evita con éxito los lugares comunes. Al recrear canciones latinoamericanas, no recurre a ninguna fórmula que asegure una representación equitativa de los países del subcontinente o de estilos asociados a esta parte del mundo. Tampoco elige lo más popular. De Violeta Parra, por ejemplo, hace una versión de Mazúrquica modérnica, cuando una opción más previsible era Gracias a la vida, Casamiento de negros o Volver a los 17.
El repertorio, se adivina, obedece a una selección personal en la que no incide otra cosa que el gusto. Y ese gusto parece estar relacionado con la calidad lírica de cada uno de estos temas, desde el atormentado misterio del tango Fangal (de Enrique Santos Discépolo, Homero y Virgilio Expósito), hasta la divertida crónica de guerra de la ranchera La Maquinita. En la amplitud temática de sus elecciones, Serrat confirma su permanente vocación humanista, una vocación que no renuncia ni al deber ni al placer, como lo confirma el festivo vallenato Amor, Amor.
En el plano audible, sin embargo, hay momentos que no cuajan. El histrionismo bonachón con el que recrea Mazúrquica modérnica, por ejemplo, atenta contra el filudo sarcasmo del original de Violeta Parra. Es raro. Serrat tiene una gran fuerza expresiva cuando canta lo propio y cuando musicaliza poemas. Pero acá, cuando se dedica a interpretar sentimientos vertidos por otros, y su voz caprina no lo acompaña en la intención, lo nubla cierta monotonía.
Sergio Fortuño
