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Bel sogno

17 de Agosto de 2007 | 01:14 |
Bel sogno

El primer disco de arias de la cantante chilena reúne algunas de las páginas más recurridas por las sopranos al momento de escoger un repertorio de presentación. Si uno analiza el programa, la única unidad posible es que se trata de fragmentos de ópera compuestos para soprano.

Se va del verismo al belcanto de un track a otro, para luego caer en las secciones dedicadas a Verdi y a Puccini. Pero estos defectos suelen darse en los recitales de arias; sería hasta raro que no sucediera. Lo que no suele ocurrir es que, a través de cada página, se descubra a una cantante de tan alto nivel.

Mejor todavía, a una intérprete capaz de transitar por los distintos afectos y estados de los personajes, acertando siempre en el corazón de cada uno y traspasándole a uno el corazón.

Cristina Gallardo-Domâs es una artista segura y personal, capaz de dar vida nueva a frases que ya muchas han cantado. Atención con su manera de enfrentar la rebeldía de Suor Angelica, la intuición de muerte de Julieta, la amargura de Violetta (“Addio del passato”) y la debilidad de Manon. Su “Ave Maria” de Otello es antológico (debiera grabar la ópera completa... si encuentra algún Otello a la altura), mientras que su incursión en Donizetti permite esperar en escena una extraordinaria Bolena y una mejor Maria Stuarda.

Maurizio Barbacini, al frente de la Münchner Rundfunkorchester, sin hacer ningún esfuerzo expresivo especial, la acompaña correctamente.

La versión de Cristina Gallardo-Domâs para “Suor Angelica”, de Puccini, que forma parte de una integral de “El Tríptico” (EMI), permite al auditor comprender en qué radica su valor. En ese disco, el maestro Antonio Pappano conduce a la London Symphony Orchestra atendiendo a la imprescindible tensión de una partitura hecha para el desgarro lacrimógeno, que narra el suicidio de una joven de origen noble, encerrada por su familia en un convento tras dar a luz fuera del matrimonio.

Si en la frase de entrada “Prega per noi peccatori” (ruega por nosotros pecadores) la voz de Cristina Gallardo-Domâs resulta apagada y triste es porque tal es el estado de Angelica al abrirse el telón. Por lo demás, así se encuentran también algunas de sus hermanas en el convento. Pero a muy poco andar, cuando la protagonista canta “I desideri sono fiori dei vivi” (los deseos son las flores de los vivos) emerge la pasión, la mujer que Angelica pudo ser y su manera tan evidente —y hermosa— de conducir el canto sull fiato, herencia pulida hasta lo indecible por su maestra Ahlke Scheffelt.

Desde ese momento, los surcos de EMI recogen el trabajo de una gran intérprete lírica contemporánea, nunca fingida (simular el “afecto” es una verdadera peste entre muchos cantantes de ópera famosos), que sabe cómo avanzar por las transiciones y desde una música escrita hace casi cien años proponer algo nuevo.

La personalidad de Cristina Gallardo-Domâs no es material: no radica en el espesor de su voz ni en su color ni en su extensión. Radica en cómo canta, en lo que quiere decir, en cómo se conecta con algo interior suyo para ponerlo en voz (la soprano Nelly Miricioui dice que el canto legato tiene un aspecto técnico importante, pero que lo demás es conexión con la propia interioridad: “de otra manera, el verdadero legato no se produce”). Esta idea es la carne de su “Suor Angelica”, especialmente cuando declama “che a lamentarsi crescono i tormenti” (al lamentarse crecen los tormentos) y en el terrible momento en que exige saber la suerte de su hijo. La frase “un altro istante di questo silenzio e vi dannate per l’eternita” (un instante más de este silencio y os condenaréis por la eternidad) es tan imperativa que uno sabe de inmediato que cuando luego la monja constata “e morto” (está muerto) ella misma ha partido al sepulcro, mucho antes de ingerir veneno.

Otro aspecto es el de Cristina Gallardo-Domâs con el belcanto. En “O, quante volte”, de Julieta (“Los Capuletos y los Montescos”, de Bellini), hace gala de impecable fraseo y adornos siempre en estilo, aparte de total control del fiato, lo que confirma su cercanía con esta parte del repertorio, todavía incipiente en su carrera y que debe abordar sin dudas.

En ese mismo nivel antológico se encuentra su manera de enfocar “Ebben ne andro lontana”, aria de “La Wally” (Catalani), tan querida por el público y por las sopranos, y que los no operáticos pueden conocer por la insistencia con que suena en la película “Diva” (1981, Jean-

Jacques Beineix). Es notable cómo la artista realiza el tránsito desde la resignada ensoñación inicial (“Ebben? Ne andro lontana, come va l’ecco della pia campana”), pasando por la nostalgia de “O, della madre mia casa gioconda” hasta la determinación trágica del final.

Ojalá venga pronto un CD con arias francesas y que algún teatro le ofrezca “Pelléas et Mélisande” (Debussy), donde podría indagar en el significado oculto de las palabras (Teldec, 2001).

Juan Antonio Muñoz H.
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