La culpa
Es una sorpresa tras otra lo que reserva al oyente el tercer álbum del grupo penquista Los Bunkers, la banda sureña con más proyecciones en el panorama rock desde hace al menos dos años y que con este disco sólo confirma que a su trayecto debe mirársele de aquí en adelante en forma ascendente. Construido sobre una base tradicional de canción rock -tarareable, guíada por las guitarras, de estribillos bien definidos-,
La culpa reserva sus sorpresas en el estrato menos evidente de su estructura, un armazón sólido y levantado sobre cimientos inusuales en su género. Pudiendo descansar en la forma efectiva de su talento como compositores e instrumentistas, los cinco integrantes de Los Bunkers han elegido realizar algo completamente inútil. Algo maravillosamente inútil. Los Bunkers han hecho un disco profundo.
El espíritu reflexivo con que se escucha este álbum deriva en parte importante del tono cuestionador que domina cada verso, y que encuentra un balance de agudeza en el imaginativo trabajo de arreglos instrumentales; detalles muy sencillos y austeros (las quenas de "Culpable", los teclados juguetones de "Cura de espanto", los juegos vocales de "No necesito pensar") pero que permiten al álbum elevarse de la constricción propia del rock más ortodoxo. Siendo un disco muy enérgico y muy eléctrico -como lo fue antes
Fome de Los Tres, por poner una referencia cercana-
La culpa va desarrollando una densidad que casi fuerza el equívoco: el auditor se confunde y se siente de repente frente a un disco... de trova, de folclore, de canción comprometida. Y no tiene nada que ver esa carátula tan deudora de DICAP y el arte de los hermanos Larrea. Es, más bien, el resultado de un trabajo concebido como una obra artística, y que -acaso sin mayor conciencia de los mismos músicos- alimenta bajo su apariencia brillante otro contundente argumento con el que explicar la tristeza congénita a la creación musical chilena.
Los Bunkers pueden sonar punk en "Cura de espanto". Sicodélicos en "Última canción". Y hasta hacer bailar con el estribillo de "El día feliz". Pero son un grupo de veinteañeros (a excepción del baterista Mauricio Basualto, el mayor de la banda) que saben que no se mudaron de Concepción a Santiago sólo para animar la fiesta, y se atreven a abrir su disco con una declaración como "A mí los años no me hicieron muy feliz / recordar es un palso en falso más / ¿y quién quiere mirarse en un espejo que no quebrará?". Y así se van, a lo largo de once composiciones propias y un cover para "La exiliada del sur" de Violeta Parra que quizás ninguna banda chilena joven pueda, en este momento, interpretar con igual respeto. Quizás haya hasta algo de sobreactuación. Quizás sólo quieran burlarse de su solemnidad cuando, en "El día feliz", cantan "Me parece un día feliz, puede que me eche a morir / Me parece un día ideal para recostarme y llorar". Pero hay que concederles que, para Los Bunkers, la música es un asunto muy serio. Y no es que uno quiera convertir súbitamente al rock en un asunto grave e importante, pero este disco suena vitalmente necesario cuando se le escucha en medio de la pachanga-ambiente.
Marisol García
Los Bunkers, "La culpa" (2003, Sony)
1.Canción para mañana, 2.No me hables de sufrir, 3.No necesito pensar, 4.Cura de espanto, 5.Dios no sabe perder, 6.Culpable, 7.La exiliada del sur, 8.El día feliz, 9.El festín de los demás, 10.Mariposa, 11.Mira lo que dicen sobre nuestro amor, 12.Última canción.
Duración: 46:54.
Integrantes: Álvaro López (voz y guitarra), Mauricio Durán (guitarra y teclados), Francisco Durán (guitarra y teclados), Gonzalo López (bajo), Mauricio Basualto (batería y percusiones).
Producción: Los Bunkers. |