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Nabucco con neones

28 de Agosto de 2007 | 17:02 |
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Nabucco con nueva mirada.

El Mercurio

Es una de las óperas más populares de Giuseppe Verdi y fue uno de los tantos títulos incluidos en el año 1857, cuando se inauguró el Teatro Municipal de Santiago, aunque en Chile ya se había estrenado en 1848.

La presente versión cuenta con la régie de Eric Vigié, la escenografía e iluminación de Enrique Bordolini, vestuario de Imme Möller, y la dirección musical de Miguel Patrón Marchand.

La producción está en base a un módulo circular móvil que crea los diversos ambientes, en una solución bastante efectiva para la continuidad. Éste va formando ambientes abiertos y cerrados, con acertados juegos de iluminación que ayudan a la creación de las atmósferas dramáticas.

Por ejemplo la sólida “Torre de Babel” en su solemne oscuridad, a veces levemente iluminada en reflejos de luz simboliza la opresión asiria, mientras que los ambientes abiertos con azul o iluminados en el fondo acompañan al pueblo hebreo en sus angustias y esperanzas. Estos efectos se contrastan con los colores en rojo de las dos protagonistas.

No obstante lo anterior, nos parecieron inadecuados algunos aspectos tales como el triángulo de neón, desde donde sale el rayo que fulmina a Nabucco o ese especie de ángel que aparece con las tablas de la ley al final, tanto como la destrucción del ídolo asirio, complicada y poco convincente.

El vestuario, con bastantes logros, sobre todo con el del coro, que debe cambiarse varios durante la obra, igual ocurre con los solistas, salvo con el de Ismael, que nos parece fuera de lugar.

Los movimientos de masas son ágiles y limpios, contando para ello con la valiosa participación del coro, en el caso de los solistas, estos enfrentaron convincentemente sus roles.

Esta es una ópera donde el coro tiene un papel fundamental, y una vez más el Coro del Teatro Municipal, que dirige Jorge Klastornick, cumplió en forma óptima, y tal como dijimos, no solo en el canto.

La dirección de Miguel Patrón Marchand, fue muy cuidadosa, y nos pareció muy vital en la primera parte, aflojándose en la segunda, incluso al mítico “Va pensiero” le faltó tensión y fuerza.

Sin embargo, el sonido de la orquesta, fue en todo momento muy hermoso, con las familias bien perfiladas, no podríamos dejar de destacar los solos de cello de Catharina Paslawski, de notable musicalidad, así como los de flauta de Gonzalo García.

Cantantes: Oscar Quezada, enfrentó muy bien en lo actoral, a Nabucco, en cuanto a la voz, si bien es potente, su color tiende a cambiar y la afinación no es perfecta, sus momentos más logrados fueron en su llegada al templo, la escena cuando se proclama dios, y en el dramatismo en la prisión.

Elizabeth Blancke Biggs, fue una gran Abigail, aunque su voz a ratos tiene un vibrato molesto, no tiene problemas ni de agudos ni graves, y además de una hermosa figura, su actuación es soberbia, pasando sin problemas por una gran gama de sentimientos. Sus escenas notables fueron, cuando descubre que no es hija de Nabucco, el dúo con su padre adoptivo delirante, y la escena antes de morir.

Roberto Zanellato, como Zacarías, posee un hermoso timbre y es muy musical, aunque el volumen no es suficiente en ciertos momentos.

Convincente en actuación y en lo vocal, fue Gonzalo Tomckowiack, grácil es la figura de Marisol Hernández, que encarnó a Fenena, pero el volumen de su voz, aunque afinado y musical, es demasiado pequeño. Muy buen desempeño vocal y actoral es el de Pablo Oyanedel y Claudio Fernández, como Sumo Sacerdote y Abdallo, respectivamente. Musical fue la Anna de Paola Rodríguez. En resumen, una vez más otra función de estos “Encuentros con la Ópera”, que no defrauda al fiel público que los sigue.