Esto ya es leyenda: el año 2001 encontró al cantante argentino Andrés Calamaro encerrado en un departamento de Madrid. Allí manipuló guitarras, teclados y una rústica portaestudios, decidido a componer canciones hasta desmayarse. Y era literal: amigos, fans y periodistas que lo visitaban vieron a un muchacho tan iluminado que estaba haciéndose pedazos. Los cedés que les entregaba como regalo/souvenir no sólo atestiguan su incontinencia compositiva sino su milagrosa fórmula para que letra y melodía nos involucren desde el primer acorde. A veces las subía a Internet.
Una de aquellas canciones perdidas abre La lengua popular. "Los chicos", con estribillo de barrabrava y guitarras guerrilleras, esconde versos imposibles de obviar: "toma una lista de mis amigos / quiero convencerlos de que vuelvan conmigo / si no voy a esperar mucho / y hace mucho que los quiero ver". Es de cuando reconocía estar más cercano a sus "muertos queridos" que a los vivos, mientras miraba un retrato de Miguel Abuelo (su maestro en Los Abuelos de la Nada) pegado en la pared. Pero en lugar de la oscuridad con que sonaba el año 01, acá es pura luz. El músico Cachorro López, su compañero en Los Abuelos que produjo el disco, es el gran responsable.
Y cuando esperábamos un retorno al viejo Calamaro de Los Rodríguez, el disco se abre como una panorámica de todos los caminos transitados después del encierro. "Carnaval de Brasil" es un sereno rock de carreteras en la tradición Stone; "5 minutos más" y "La espuma de las olas" son folclor, el primero incluso con ritmo de reggaetón; "Comedor piquetero" es la postal perfumada a Fabulosos Cadillacs de un célebre local obrero en medio del turístico Puerto Madero; "La mitad del amor" es un acelerado y juguetón rock donde reconoce "Ya no soy el viejo Andrés que no dormía jamás".
Es que Calamaro sufrió insomnio entre tres avalanchas. La creativa: Alta suciedad (1997, grabado en Nueva York con músicos de John Lennon y Tom Waits), Honestidad brutal (1999, 37 canciones, disco del año incluso para la revista Rockdelux) y El salmón (2000, álbum quíntuple, 103 canciones y cerca de un millar descartadas). La existencial: celebridad a nivel continental con "Flaca", mediática ruptura con su novia, excesos de drogas. Y la avalancha post-encierro: El cantante (2004) y Tinta roja (2006, grabado con la bendición de los musicos de Paco de Lucía), la revalorización de su obra al nivel de Charly García y Spinetta por parte de músicos y público, la emotiva vuelta a los escenarios argentinos y españoles testificada en El regreso (2006), su matrimonio, su hija.
"Sexy & barrigón" anuncia pícaramente y a ritmo Motown que es una "mezcla de Homero Simpson con Rolling Stone". "Soy tuyo" es una declaración erótica que nos hace pensar que el Andrés sufriente de "Crímenes perfectos" también se nos fue, pero esto no importa demasiado si nos saluda el Calamaro de "De orgullo y de miedo", que con un ritmo mexicano reconoce sentirse confuso tras haber vivido "afuera del margen y de lo permitido" y ahora tener al fin una buena chica.
La operación retorno de Andrés anunciaba su cierre con El palacio de las flores (2006), grabado a cuatro manos con Litto Nebbia, el fundador del rock argentino con Los Gatos, pero acá definitivamente lo hace. Fin de una etapa y de los excesos: ahora su disco tiene doce canciones. Y más que un disco de rock –como podría engañar el primer track–, es un disco de canciones solamente, el privilegio de los que patentan estilos. Y nada mejor que cerrarlo con "Mi Cobain", otro rescate emocional de esas sesiones de principios de milenio.