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Un debut para atesorar

La régie, la escenografía, el vestuario, la iluminación, las voces, el coro, la dirección, la orquesta, el público. Un lujo para la ciudad de Santiago.

24 de Septiembre de 2007 | 16:52 |
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A pesar de no tener el caudal de voz que la caracterizó, Cecilia Frigerio dio vida de forma inteligente a Cio-Cio San.

El Mercurio

Varias son las razones que explican el rotundo éxito obtenido en el estreno de la versión nacional de “Madama Butterfly” de Giaccomo Puccini. En primer lugar, la extraordinaria producción del japonés Keita Asari, que resguarda hasta los más mínimos detalles de la régie inserta en la escenografía de Ichiro Takada. También el magnífico vestuario de Hanae Mori y la iluminación de Sumio Yoshii, en la que se mezclan elementos de la filosofía Zen y del teatro Noh.

Este impacto visual sirve de marco para la poderosa música de Puccini, que siempre termina conmoviendo por la inmensa verdad humana que hay en ella. No obstante, de nada serviría lo anterior si no se cuenta con un grupo de cantantes que sepa trasmitir las emociones de su argumento, y un director musical que capte la esencia del drama con cuidadosos balances, guiando a cada uno de los intérpretes por la senda correcta, y extrayendo lo mejor de la orquesta, cuestión totalmente lograda por su magnífica dirección de Roberto Rizzi-Brignoli.

En el mundo de sutilezas creado por Asari, vive su tragedia Cio-Cio San (Butterfly), cantado en esta oportunidad por Cecilia Frigerio, quien a pesar de haber perdido el caudal vocal que la distinguía, dio vida en forma inteligente y con esos medios a la protagonista. Sumemos su gran actuación escénica, donde destacan la despedida de su hijo, las emociones contrastantes al enterarse de la llegada de Pinkerton y el solemne final.

En gran forma vocal está José Azócar, a quien parecen quedarle muy bien los roles puccinianos, perfilando al cínico Pinkerton, que solo busca una aventura, y que luego comprende el daño causado (Addio fiorito asil). Cantado muy convincentemente, Evelyn Ramírez fue una gran Suzuki, de hermosa y potente voz que cuidó en sus dúos con Butterfly, siendo además una buena actriz. Ricardo Seguel dio vida a un joven cónsul Sharpless, con bella voz y convicción actoral.

El resto de los personajes, fueron muy bien representados por Pablo Ortiz como Goro, Mirna Mois y su pequeña voz como Kate, Pablo Oyanedel como el furibundo Bonzo, Patricio Sabaté como el mundano Yamadori, y Augusto de la Maza como el Comisario.

El coro del teatro, dirigido por Jorge Klastornick, es un verdadero lujo. No sólo en canto sino también en la actuación. Emocionante fue su coro en “boca cerrada”. Sería injusto no mencionar al elenco de asistentes (metemuertos), quienes en forma sutil, se desplazaban en forma casi alada, poniendo o sacando elementos, así como desplazando la casa de Butterfly.

También el vestuario dio que hablar con poéticos contrastes, así como la ajustadísima iluminación. Mencionaremos algunas de las escenas que nos parecieron soberbias: la llegada de Butterfly y su familia al inicio, con el hermoso juego de movimientos y colores, la escena de la espera, con los rostros y luego las siluetas sobre las puertas de papel, mientras se canta el “boca cerrada”. El baile de la bailarina Jiutamai, también en silueta, en la metáfora de la mariposa, y el impresionante final con esa mancha de sangre que expande desde el cuerpo de Butterfly.

En síntesis un verdadero lujo para Santiago, y para cualquier lugar, digno para celebrar este aniversario del Teatro Municipal de Santiago, en un gran aporte del gobierno del Japón. De más esta decir, que el público no se ahorró formas de manifestar su entusiasmo frente a esta función.

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