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El tren de los recuerdos | En vivo desde Buenos Aires

09 de Diciembre de 2007 | 21:50 |
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Alejandro Sanz es uno de los misterios más grandes del "pop en eñe". Ha vendido 21 millones de copias con sus diez discos publicados. Fue reconocido por la revista "People" (la edición latina, claro) como uno de los hombres más guapos del mundo hispano. Ha ganado World Music Awards, MTV Awards, Gaviota en Viña, las llaves de la ciudad en Alcalá de los Gazules y Algeciras y –según un devoto sitio de Internet– hasta dio una conferencia en Harvard en 2003. Raro, porque aprender sus canciones de memoria, querer componer como él o apasionarse con algún estribillo de su autoría es casi imposible. Si no eres fan y suena algún hit tipo "Corazón partío" es como si en vez de "escucharlo" se le "padeciera". Su verseo, sus orquestaciones, sus letras atormentadas suenan como alguien en plena sobredosis de chocolate laxante: dulce, pero horrible.

Pero las porteñas que repletaron la cancha de River el 23 de marzo de este año evidentemente no pensaban lo mismo. De hecho, son el sostén de El tren de los momentos | En vivo desde Buenos Aires, el elegante CD/DVD que registra el show. "Hago lo que hago convencido de que estoy haciendo algo bueno" –señaló al diario "Página 12" en Buenos Aires– "(…) vengo del flamenco, por lo cual jamás he cantado como un cantante de pop. Me gustan Leonard Cohen y Paco de Lucía, haciendo cada uno lo suyo. Pero si ya lo hacen ellos, ¿para qué voy a hacerlo yo? No creo ser capaz de hacerlo mejor que ellos".

Y bajo esta excusa, Sanz se despacha una colección de versiones somníferas, iguales o peores a las de sus discos. Pero a esto se suma cierto desgarro en vivo, una atmósfera cargada, como si su corazoncito gitano no se sintiera a gusto entre la fallida atmósfera crooner de sintetizadores, iluminación de primera y composiciones nutrasweet. "Donde convergemos" es un ejemplo de este desfase entre su voz y el estilo. Ética y estética peleándose en vivo dentro de Sanz en la noche de Buenos Aires.

Pero vaya que se esfuerza para llegar a alguna definición. Después de todo, su problema no es la falta de talento ni el oficio de songwriter, sino su dificultad de llegar a buen puerto, sea lo que sea que quiera lograr (¿será "pop flamenco melodramático"?). Primero, poniendo la misma voz que debe excitar a su nueva novia con "En la planta de los pies", para transformarse en un macho sumiso que la invita a "ese lugar donde el amor no se equivoca". Segundo, tratando de imprimirle personalidad a sus interpretaciones, como en "Quisiera ser", pero que termina sonando como un descarte ochentero de algún equipo de compositores. Tercero, haciéndose el irónico en la autobiográfica –en sus propias palabras– "La peleíta", que tiene un bajo como sampleado de la continuidad de "Seinfeld" y aburre. "No es lo mismo" resulta exasperante en su verborragia, como si fuera un Ismael Serrano reemplazando la izquierda por la chica que lo abandonó. Shakira trata de darle sabrosura a "Te lo agradezco pero no", un bonus track grabado en Santiago de Compostela, pero en honor a la verdad, no pasa nada.

El otro problema de Alejandro Sanz es que con tanto grito de porteña afiebrada, sus millones de discos vendidos y sus premios (especialmente su visita a Harvard) lo deben tener convencido de que, más que discografía, lo que él ha escrito es una "obra". Lo mismo que le pasa a las moscas, son tantas que se autoconvencen de que lo que sobrevuelan es bueno. Y lo mismo pasa con sus fans. Malditos círculos viciosos.

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