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Dylan

15 de Febrero de 2008 | 20:07 |

No todos lo recuerdan, pero exactamente hace una década Bob Dylan aterrizó en el Teatro Monumental (Hoy Caupolicán) de Santiago de Chile. Fue la sorpresiva escala sudamericana del Neverending Tour, la célebre gira interminable que el músico estadounidense comenzó en la Navidad de 1984 bajo la premisa de convertir cada recital en una experiencia más demoledora que cualquier disco de estudio, transformada en un apetitoso recuerdo de viaje. Su disco Time out of mind (1997) era la excusa para tocar en Santiago y Buenos Aires (acompañando allá a los Rolling Stones). Un disco como los de los años '60: emocionante, intenso y donde todas las canciones son obras maestras. Fue grabado antes de una internación de tres meses, debido a una grave enfermedad al corazón.

Inmediatamente después vendría su show frente a Juan Pablo II, su aparición en la serie "Dharma y Greg", el lanzamiento oficial del disco pirata Live 1966, en el que un auditor inglés le grita "Judas" por haberse pasado del folk al beat, y una decena de reediciones, documentales y libros que marcaron el comienzo de un nuevo estado de gracia cuya pérdida en los '80 había motivado, precisamente, esta gira sin fin. La fiebre dylaniana continuó con el documental de Scorsese No direction home (2005), su autobiografía "Crónicas" (2006), un publicitado show radial donde programó mucho blues, hip-hop e incluso a Blur, y suma y sigue con la edición de esta antología y el DVD de sus shows en el festival folk de Newport entre 1963 y 1965.

De hecho, el máximo desafío del Bob Dylan modelo 2008 consiste en esquivar la tropa de fans (transversal pero especialmente adolescente estos últimos años) que pretende canonizarlo por algo que –se nota– él no desea. Tal como en 1963, con la comunidad folk (que lo llamó "salvador de la canción de protesta"), en 1964 con los babyboomers ("voz generacional") y 1966 con el gran público pre-psicodélico ("profeta"), Dylan se resiste a ser calificado de "poeta" y "leyenda". Aunque claro que lo es.

El problema es que esta corona pesa y hunde, tal como le pasa a Violeta Parra, y afecta a la valoración de su obra. Al final el artista se convierte en una hermosa estatua. Sus canciones serían apenas un eco completado con las exégesis de los admiradores (incluida la prensa) que insiste en las razones de su celebridad.

Dylan, por fortuna, sirve para poner las cosas en su lugar. En tiempos donde cualquier banda con un solo disco publica antologías dobles, este álbum funciona como los best of de antes. Dieciocho canciones que condensan no sólo sus singles fundamentales, sino que también funcionan como panorámica de su evolución desde el folk puro al sincretismo blues que practica en la actualidad. Un ejercicio de memoria radial (son sólo los temas que sonaron en las FM) que delata su inadvertido papel de investigador y sintetizador de la tradición musical estadounidense.

Sí, porque desde su versión de una popular melodía cristiana ("Blowin' in the wind", 1963) hasta el soul/rock de la recuperada "Forever young" (1974), vemos hasta qué punto Dylan revolucionó la música popular occidental. Primero, al simplificar al máximo el folk (que a su vez es la suma de muchas músicas de inmigrantes). Nada de pirotecnias vocales ni arpegios: sólo rasgueos y letras de alto vuelo. "Vengan, padres y madres de todo el país / Y no critiquen lo que no entienden / Sus hijos e hijas ya no están bajo su control / porque los tiempos están cambiando", brama en "The times they are a-changing" (1964). Un single que en lírica y forma (se escucha cómo los dedos golpean el cuerpo de la guitarra) afectó a los Beatles y prefiguró toda la furia del punk y el post-punk.

Luego vendrían el rock and roll a lo Chuck Berry junto al delirio letrístico de "Subterranean homesick blues" (1965), demostración de que se puede hablar con ritmo. Es decir, es hip-hop. Está el germen del folk rock que inspiraría a los Byrds (y luego al jangle británico y al indie estadounidense) en "Mr. Tambourine Man" (1965). Y su inmersion en el pop beat con "Like a rolling stone" (1965), quizá la mejor canción de despecho y odio de la historia, con frases aun hoy difíciles de superar: "Ya no hablas tan alto / ya no estás tan orgullosa / pidiendo dinero para tu próxima comida". Y claro que está la famosa "Rainy day women #12 & 35" (1966), donde emborrachó a toda la banda de sesión en Nashville y les hizo intercambiar instrumentos para que sonaran como banda del Ejército de Salvación. Allí el compositor anuncia que, hagas las cosas bien o mal, siempre terminarán apedreándote (que en inglés también se aplica a "emborracharse"). Tampoco hay que olvidar la denuncia política de un trabajador subcontratado en una granja en "Maggie's farm" (1965), ni el hermoso vals "Just like a woman" (1966), donde la destinataria "hace el amor como toda una mujer pero llora como una niña pequeñita".

En la segunda parte del disco vemos a un Dylan recuperado de su accidente en motocicleta del '66 que decide abandonar el beat y el rock and roll psicodélico para meterse en un muy personal estilo de country/folk, que a su vez se convertiría en el canon de los compositores y bandas de raiz rocker, folk, blues o country: "Lay lady lay" (1969), la política "Hurricane" (1976) y la extraordinaria balada "Tangled up in blue" (1975). Es una canción de amor que comienza con unas plumillas de batería casi imperceptibles y se lee como novela: un hombre solo recuerda a todas sus mujeres (aunque la letra juega con la idea de que es una sola) mientras el sol de la mañana pega fuerte. De los '80 no hay nada. ¿Qué pasó con "Gotta serve somebody", de su trilogía cristiana que trepó al Billboard? Una curiosidad, en vista del profundo sentido religioso de su obra, que Dylan insiste en negar para no dar mayores explicaciones.

El cierre con "Make you feel my love" (popularizada por la uruguaya Laura Canoura y traducida como "Hacerte sentir mi amor"), "Things have changed" (que ganó el Oscar de 2001) y "Somebody baby" demuestra que Dylan sigue investigando, y llegando cada vez más lejos en las raíces del blues, el folk y el country. El rock and roll fue sólo un punto de partida, quizá un accidente que lo convirtió en quien es ahora: un artista cuyo estado de gracia es su mejor combustible para escapar bien lejos de quienes pretenden embalsamarlo sin haberlo escuchando o entendido. Si quieres un solo disco de Dylan, consigue éste. Y lee el librillo. Ahi está todo.