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Calibrando los motores

Nuevamente bajo la batuta de Jan Latham-Koenig, la agrupación del Teatro Municipal entró en acción, con un programa complejo de obras que arrojó ovaciones. Un buen pie para la temporada 2008.

19 de Febrero de 2008 | 15:07 |
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Jan Latham-Koenig fue extremadamente exigente con los músicos de la nueva Filarmónica. Ellos respondieron a la altura.

El Mercurio

La Orquesta Filarmónica de Santiago dio inicio a sus actividades de 2008, con un concierto extraordinario de extensión y cuyos principales destinatarios fueron vecinos de varias comunas de Santiago, con lo que se pretendería ampliar el público que asiste al Teatro Municipal.


En el caluroso febrero, la orquesta de rigurosa etiqueta enfrentó un programa bastante inusual considerando su carácter de extensión, pues en él sólo una de las obras puede ser considerada de fácil acceso. Extrañó también el hecho de que los asistentes no contaran siquiera con una hoja que detallara el programa, o bien que alguien de la orquesta o el propio director explicara el sentido de al menos las dos primeras obras.


El por qué de estas consideraciones, simplemente se debe a que autores como Olivier Messiaen y Edward Elgar no gozan de la popularidad de Johannes Brahms, incluido también en el programa.

Lo primero que resalta de la presentación es la pulcritud de la preparación, traducido en un hermoso y afiatado sonido de la orquesta, con los “sinfónicos” hermanos González como atriles concertinos. También lo fue la comunión creada entre director y músicos, que siguieron cada una de las indicaciones de su titular Jan Latham-Koenig.

En el  “Himno al Santo Sacramento” de Olivier Messiaen, que abrió la jornada, se revela una de las constantes de su autor. Es un misticismo anclado en el catolicismo, traducido en un lenguaje de corte expresionista, con gran uso de los contrastes dinámicos y expresivos que llevan al auditor desde el lamento a la serenidad.

El director consiguió de la enorme orquesta un pastoso y bello sonido de las cuerdas, así como precisos balances y fraseos con el resto de las familias. También fueron destacables los sutiles pianissimos y los musicales fortes. El público, un tanto desconcertado con el hermético lenguaje de Messiaen, respondió discretamente ante la sólida versión.

Las variaciones magistrales

Latham-Koenig convirtió a la orquesta en su verdadero instrumento para la magnífica versión que escuchamos de las “Variaciones Enigma” de Edward Elgar. El director, conocedor total de la obra, la enfocó a través de sus variantes expresivas, consiguiendo de sus músicos una respuesta del mejor nivel. En este aspecto no podemos dejar de mencionar el excelente trabajo de algunos instrumentistas en sus frases “a solo”, como fueron chelista, violista y clarinete, mostrando enorme musicalidad.

Mencionaremos sólo algunos de los logros de la versión: la claridad de voces y balance de la segunda variación, el diálogo cuerdas y maderas de la cuarta, las resoluciones rítmicas de la quinta, la sutileza en la sexta, la fuerza y claridad de fraseo de la séptima, el carácter solemne con peso sonoro de la novena, la resolución de la filigranas rítmicas de la décima y el espectacular final. Luego sólo correspondían ovaciones, y estas llegaron generosas y abundantes.

La “Sinfonía N° 4 en Mi menor Op. 98” de Johannes Brahms, con que concluyó el concierto, mostró una vez más el total dominio de Latham-Koenig sobre su orquesta, por lo que todas las virtudes u objeciones que podamos tener de la versión responden al enfoque del director sobre la misma.

En lo general diremos que éste es pasional, enérgico y con bastantes libertades en los pulsos, produciendo a veces algunos “ascelerando” que conspiraron en contra de la claridad del discurso. Así se produjeron algunos desajustes, muy notorios en el primer movimiento.

El director fue extremadamente exigente en los contrastes dinámicos para privilegiar las voces conducentes. Aquí sus logros fueron sorprendentes, como así mismo en el hermoso sonido, observado en cada una de las familias. No podemos obviar el sonido noble del corno en el segundo movimiento, seguido de la musicalidad de las cuerdas y maderas.

Luego de un desbordante y enérgico tercer movimiento, la conclusión del cuarto, ratificó las características mencionadas, para una versión de gran fuerza pasional, a veces un tanto externa, pero de gran eficacia sonora. Un programa, que por su peso específico, merecía estar incluido en temporada oficial, y que nos mostró a una Orquesta Filarmónica de Santiago en muy buen pie para la temporada 2008.