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La primera vez, y sin amor

Iniciación adolescente. Rockera y de histeria aprendida. Para las quiceañeras fue su concierto de estreno. Como toda primera vez, una marca que no se olvida.

25 de Febrero de 2008 | 11:16 |
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Gerard Way genera tanto magnetismo en las quinceañeras como Brandon Flowers en las veinteañeras. Y como Mick Jagger en las mujeres de todas las épocas y edades.

Carlos Müller (zona.cl)

20:59 de la noche. My Chemical Romance aparece en el escenario y el Arena Santiago amenaza con trizarse entero por la aguda intensidad de los chillidos. Mentira. O sea error. Para ser justos, hay que decir que los técnicos de sonido que instalaron los instrumentos minutos antes, también se llevaron una buena dosis de griterío. Y es que ése era el ambiente. Una histeria preadolescente absoluta.

Para la gran mayoría de los presentes era el primer concierto al que iban y todos sabemos que eso significa mucho. Al menos en expectativa. En emoción.

Es por eso que nadie iba permitirse no vivir una experiencia inolvidable. Una iniciación. Así, a ninguna de las poco más de ocho mil personas que pagaron su ticket –en su gran mayoría niñitas de no más de 15 años- le importó que el grupo no viniera con el guitarrista principal Frank Iero, quien por problemas familiares (excusa que ya parece digna de Canitrot por la cantidad de veces que la ha usado) haya desertado de la gira luego de tocar en Brasil.

Así entonces partió el show. Dos canciones de su último disco The black parade, seguidos de una demostración estilo charla de prevención de riesgos pero con garabatos, del vocalista Gerard Way y el bajista Mikey Way, de cómo levantarse unos a otros si se caían al piso mientras saltaban. Y listo. Echémosle para adelante en piloto automático. Total, no es exageración decir que podrían haber tocado cualquier cosa de cualquier forma y el público iba a destruirse la garganta chillando igual. Absolutamente entregados como una quinceañera borracha en manos del capitán del equipo de fútbol que aburrido y todo lo va hacer igual. Se entiende la idea.

Lo que siguió fue un show muy raro. Una banda tocando desmembrada y a velocidad de propulsión a chorro como queriendo terminar luego la gira mundial que empezaron a finales del 2006 y que parece no tener fin porque acaban de agregar un montón de fechas apenas regresen a Estados Unidos. El Arena de Santiago como nunca sonó saturado e indescifrable. Y todo eso encima de un coro de aullidos tan agudos que penetraban muy adentro del tímpano y que teñía todo de una atmósfera muy parecida a la de un concierto de una boy band en un colegio de mujeres. Al escenario volaron peluches, cadenas, bufandas y hasta una carta empapada y goteando un misterioso líquido rojo.

10:30 de la noche. Noventa minutos justos. Un setlist plano que recorría el primer y segundo disco sin otra intención que un random que daba lo mismo. Más de 30 niñas desmayadas. Cientos de lágrimas derramadas y rimels corridos. El sonido de las distorsiones que sigue vibrando mientras los músicos abandonan el escenario como cualquier oficinista saliendo chato y aburrido de un día de trabajo más. Los gritos que bajan de intensidad hasta llegar a cero pero que siguen ahí firmes en el oído como un larguísimo eco.

A la salida, el escuadrón teenager uniformado casi completo de negro abandonó el Arena Santiago en completa calma, casi en trance. Corriendo en hileras como cuncunas de la mano. Mientras otras caminaban como perdidas con el celular pegado en la oreja intentando encontrar a su papá o su mamá que eran cientos y que jamás iban a entender o preferían ni saber lo que adentro de esa inmensa cúpula habían vivido sus pequeñas hijas. La primera vez. Y sin amor.

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