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Dig, Lazarus, dig!!!

No se sale indemne de estas canciones, intensas hasta la sacudida y adultas en el mejor sentido de la palabra. El propio Cave lo describió así: "Una hemorragia de palabras e ideas".

04 de Marzo de 2008 | 20:28 |

Si la banda sonora que el año pasado Nick Cave entregó para el filme El asesinato de Jesee James... resultó sobria en extremo (completamente instrumental, y con largos pasajes de pura guitarra) fue, en parte, porque los álbumes que el australiano se ha acostumbrado a levantar como cantautor tienen, en sí, la riqueza de la más viva película de acción.

Son discos que cuesta escuchar mientras uno hace otra cosa, que distraen al auditor con arreglos de alto voltaje eléctrico, con pianos enfáticos y coros gritados; con versos escritos al borde de una caída existencial o de un amor apasionado a punto de terminar en llanto, animados por personajes de ficción dignos de una imaginación de novelista. Dig!!! Lazarus, dig!!! es el más representativo de esta descripción de música en crescendo.

Se supone que el rock debía ser esto, pero aquello de convertir una canción en un potencial incendio es algo que a estas alturas pocos se toman en serio. Sin recurrir a formalidades retro, Nick Cave construye discos como elegían hacerlo Iggy Pop o Jim Morrison, y como siguen haciéndolo Tom Waits y PJ Harvey: con conciencia de eternidad y de real involucramiento emocional.

No se sale indemne de estas canciones, intensas hasta la sacudida y adultas en el mejor sentido de la palabra. A los 50 años, Cave ya no quiere sonar oscuro, sino iluminar con la fuerza de quien está convencido del valor de la exposición emocional y del encauzamiento de éste a través del rock. "Una hemorragia de palabras e ideas" fue como describió el australiano a su disco número catorce. De ese mismo modo, salpicado de estímulos, es como queda el auditor del primer gran disco del 2008.

—Cristina Hynde