El borde playero conocido como el Litoral de los Poetas, que incluye en una misma ruta a balnearios de la zona central entre Cartagena, Las Cruces o Isla Negra, tiene sitios recordatorios, casas de poetas y alguna que otra mención en guías turísticas, pero hasta antes de este disco no tenía una banda sonora. Es el trabajo que emprende Raúl Acevedo. "Deslindes" son los límites que definen un territorio, y los Deslindes de este disco son los dos poetas mayores del paisaje en cuestión, Pablo Neruda y Vicente Huidobro.
Lo primero es una virtud. Raúl Acevedo no comulga con ese conducto regular de "musicalizar" a tal o cual poeta, y en lugar de eso deja en paz los poemas originales y emprende la tarea de escribir sus propios versos. Si se trata de cantar a Huidobro, toma esa escuela, se empapa de su propio creacionismo y acuña neologismos como "Altazor agoniciente". Si el homenaje es a Neruda, habla de "oceánicos pastores" en una canción sobre el mar de Isla Negra o escribe una música luminosa con un coro de niños para una canción sobre el refugio del poeta en "Cantalao".
Con una voz grave y suave al mismo tiempo, Acevedo se muestra fiel a la raíz del canto en el que se crió desde fines de los '70, como parte del movimiento que recibió el nombre de Canto Nuevo, y así se siente en su doble oficio de cantante y guitarrista y en la compañía de flautas traversas, notas de charango, zampoña, quenachos y trompes con un tono en general melancólico. El contraste llega al final, en uno de los grandes momentos de Deslindes: un contrapunto en décimas, al modo de los payadores, entre Neruda y Huidobro, personificados por Avecedo y el cantor y payador Pedro Yáñez. Es el otro deslinde de esta música, un deslinde que proyecta su territorio también hacia el pasado, hacia la raíz tradicional del canto a lo poeta. Con esas fuentes, entre el canto popular y el canto nuevo, Raúl Acevedo saca su voz necesaria también en un canto de ahora, y la música que trae es como un olejae calmo sobre esas playas del litoral poético chileno.