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It is time for a love revolution

16 de Marzo de 2008 | 20:29 |
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"Es hora de una revolución de amor", viene a proclamar Lenny Kravitz en marzo de 2008, después de que John Lennon preguntó si querías una revolución en 1968, de que Charly García se reportó cerca de la revolución en 1983, de que Emociones Clandestinas preguntaron si acaso esto era revolución en 1987 y, lo más significativo, después de que Maná patentara su Revolución de amor en un disco de 2002.  Y eso sí es serio: llegar a algo después de Maná, posiblemente el grupo más flojo en ideas de todo el rock en español, no es sólo repetición, es retraso. Así está el cantante estadounidense Lenny Kravitz. No es que haya tenido que escuchar a Maná, pero sí es claro que su detector de obviedades está bien averiado.

Lenny Kravitz puede tener lo mejor de dos mundos. El que viene grabando desde sus inicios en 1989 es rock eléctrico y con alma soul, que es el cruce mejor y más noble de la historia rockera. Sigue funcionando bien en la canción de amor "I'll be waiting" y en el soul de "This moment is all there is", y sabe tocar guitarras contagiosas y letras pegajosas que se pueden cantar hasta por adelantado, como cuando después de escuchar la línea "It is time for a love revolution" se siente en el aire que viene una rima con "It is time for a new constitution", como ya hizo rimar John Lennon. Sabe sonar a Led Zeppelin en "Bring it on", a los Rolling Stones más disco en "Dancin' til dawn", a James Brown en el funk de "Will you marry me" y hasta rapear como los Red Hot Chili Peppers en "If you want it". Ésa ha sido la principal crítica que ha recibido siempre: la supuesta obviedad de sus influencias. Pero ahí no hay nada malo.

Es el propio sonido de Kravitz el que se ha vuelto obvio y gastado. El hecho ya habitual de que toque todas las guitarras, bajos, teclados, baterías, palmas y chasquidos de dedos en sus discos no ayuda a la variedad, y más allá de un par de arreglos de cuerdas, toda la producción de este álbum es pareja. Y así como en la música, en las letras maneja el mismo tipo de fórmula. Nunca va a estar de más una canción como "Back in Vietnam", un dardo contra el intervencionismo yanqui en el mundo con versos como "Hacemos lo que queremos y no importa si es ilegal". Pero un disco que se supone testimonial y no irónico debería tener credibilidad. Y desde hace tiempo Kravitz viene jugando un juego incompatible entre el rockstar que es y canciones de renuncia a ese status como "Love love love", donde hace un inventario minucioso de las cosas que no necesita, desde el personal trainer hasta el helicóptero. Una canción que todo lo que hace es pedir a gritos un fideicomiso ciego, como el de Sebastián Piñera, pero para Kravitz: el único modo en que esa declaración deje de ser un cliché.