Michal Nesterowicz en acción. El enorme director polaco saca nuevos brillos a la orquesta nacional.
El MercurioEl segundo programa de la Temporada 2008 de la Orquesta Sinfónica de Chile, dirigido por Michal Nesterowicz, sirvió para comprobar la afinidad de objetivos entre el director y la agrupación.
La recuperación de nivel sonoro, que provocó admiración el año pasado, fue palpable en este concierto. Las obras interpretadas, que incluían a Gioacchino Rossini, Juan Crisóstomo Arriaga y Piotr Ilich Tchaikovsky, eran de estilos muy diferentes, pero en todas se apreció un acucioso estudio, tanto del estilo como en la preparación musical, que consideramos del mejor nivel.
Es bastante común escuchar en las oberturas que inician un concierto, versiones planas, a veces preparadas a la ligera. Como si fueran un simple relleno. Todo lo contrario ocurrió con "Semiramide", la obertura de la ópera del mismo nombre de Rossini. En ella cada instrumentista cuidó al máximo, guiado por Nesterowicz, cada inflexión expresiva y la belleza del sonido.
Estupendas resultaron las frases de cornos y maderas en sus contrastes con las cuerdas. Ellas respondieron de la mejor forma. Tampoco podemos dejar de destacar la gracia y finura de algunas secciones, tanto como el virtuosismo de las figuras rápidas de las cuerdas. Los inusualmente largos aplausos, premiaron con justicia la excelente versión.
En italiano está escrita la Cantata dramática de Juan Crisóstomo Arriaga, "Herminie". Este autor español, muerto a los veinte años, dejó una interesante y valiosa obra que induce a pensar hasta qué límites pudo haber llegado de no mediar su prematura muerte.
Claudia Pereira fue la estupenda solista de una obra, que abunda en dificultades de todo orden. Para ello contó con el acompañamiento de Nesterowicz y la Sinfónica, quienes transitaron por todos los vericuetos melódicos y rítmicos de la obra, donde los cambios de pulso están presentes constantemente.
Debemos destacar los fraseos complementarios entre la solista y la orquesta, tanto como los cambios de carácter en la interpretación de Claudia Pereira, todos muy adecuados y de extrema musicalidad.
El plato de fondo fue la "Sinfonía N° 4 en Fa menor, Op 36" de Tchaikovsky, llamada "del destino trágico" (fatum). Es una obra a veces engañosa en sus partes rápidas, las que pueden confundirse con algo liviano.
Pensamos que Michal Nesterowicz tiene un concepto global de la obra, que lleva a los auditores a emocionarse fuertemente, en razón de la atmósfera dramática que logra crear.
En ella se perciben la claridad en la voces los rubatos justos, las respiraciones expresivas, los juegos dinámicos que acentúan el drama, los contrastes musicales y una latente progresión que se inicia en el primer movimiento y concluye en la dramática reexposición de ese tema inicial sobre el final de la sinfonía.
En los solos instrumentales únicamente encontramos excelencias. Destacaremos la belleza del sonido del oboe, el "canto" de los chelos y violines, y el contratema de las maderas en el segundo movimiento.
La precisión del pizzicato de las cuerdas en el tercero y la genial respuesta de maderas y bronces con su hermoso sonido. Y por último, la precisión de las figuras, los balances y la estupenda progresión del cuarto movimiento, que al finalizar hizo estallar en ovaciones a un público que exigió como encore, la repetición de la sección final de la sinfonía. El rostro satisfecho del director y los músicos daba cuenta de una labor exitosa de primer orden.