Cristina Gallardo-Domâs encuentra en Anna un personaje perfecto para sus capacidades interpretativas.
Cristián CarvalloSANTIAGO.- Precioso regalo el del Instituto Cultural de Providencia, al recordar los 150 años del natalicio de Giacomo Puccini (1858-1924), con dos partituras de escasa difusión que revelan la riqueza de una orquestación prodigiosa.
"Capriccio sinfonico" (1883) contiene material de óperas como "La Boheme" y "Manon Lescaut", y también del casi inexplorado "Edgar". El violinista ruso Denis Kolobov, al frente de la joven Orquesta Sinfónica de Providencia, conduce al conjunto con inspiración, brío y brillo, y consigue traducir los diversos climas de una obra variopinta, que viaja desde la fiesta que anima una banda en la plaza pública a la turbada intimidad solitaria de los amantes.
En "Le Villi", que sirvió a Puccini para ganar un concurso convocado por Sonzogno, se encuentran, entreveradas, las acciones cotidianas de filiación verista (la fiesta en el campo, una oración comunitaria, el compromiso de los enamorados) con la pasión amorosa librada a pruebas metafísicas en medio de un bosque repleto de espectros.
Su escritura no es sencilla en absoluto; Denis Kolobov y su gente avanzan sobre ella con confianza y ejecutiva lucidez, logrando hermosos momentos durante la preghiera; en la sugestiva y enervante página denominada “La Tregenda’’ (“El aquelarre’’), y en el interludio “L’abbandono’’, que compuso Puccini para la segunda versión.
Muy bien el Coro Lírico de Providencia (dirigido por Pablo Carrasco), irreprochable en términos de vocalidad (salvo algún difuso traspié en el réquiem por Anna) y dueño del arrojo rítmico necesario para el canto de los fantasmas.
Cristina Gallardo-Domâs encuentra en Anna un personaje perfecto para sus capacidades interpretativas. Desde la frágil ternura del inicio, con el aria “Non ti scordar di me’’, hasta la ferocidad vengativa del final, ella cristaliza cada momento con su gesto teatral preciso y arrebatador. Cristina fue la encarnación de ese “dolce dolore’’ que Puccini expandirá después en Mimí, Suor Angélica y Liú.
El personaje de Roberto tiene la página más intensa de la obra y el tenor Gonzalo Tomkowiack da en el punto justo gracias a su hermoso timbre, seguros agudos y entrega convincente. Notable el trabajo del barítono argentino Víctor Torres, llamado a última hora para sustituir a su compatriota Roberto Falcone. Torres confiere nobleza a su Guglielmo, a través de un fraseo entrañable y su perfecta dicción italiana. Patricio Méndez, como el Narrador, muestra otra vez la solvencia de su verbo expresivo.