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El desafío de la música sacra rusa

La liturgia ortodoxa rusa, heredera de la griega, es al mismo tiempo brillante e íntima. Uno de los grandes logros en la Temporada de Música Sacra de la Universidad Católica.

14 de Abril de 2008 | 12:05 |
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Pilar Díaz destacó en el estreno de la obra de Rachmaninov.

Archivo de El Mercurio

En lo que parece ser una constante en la Temporada de Música Sacra de la UC, otro estreno se escuchó en la última de sus jornadas. Ya durante la semana pasada impresionaron con la cantata “Am Rande” del italiano Alberto Barbero y ahora el Coro de Cámara UC, dirigido por Mauricio Cortés, abordó las “Vísperas Op. 37” de Sergei Rachmaninov. Una obra de tanta complejidad como belleza, que a lo largo de sus sesenta minutos representa extraordinarios desafíos para cualquier coro no ruso, máxime si éste no está acostumbrado a este repertorio.

Por ello es que consideramos que esta presentación fue un gran éxito, sin contar el aporte musical que significa su estreno en Chile. Las consideraciones que surgen del análisis del concierto no restan en absoluto el mérito tanto de Cortés como de cada uno de sus cantantes, que demostraron un trabajo acucioso en el aprendizaje del estilo y del idioma.

La liturgia ortodoxa rusa, heredera de la griega, es al mismo tiempo brillante e íntima. Es atravesada por una constante que se puede asociar a lo místico en ocasiones y en contraste a la católica. Las expresiones jubilosas son reconcentradas.

También es importante abordar con la intencionalidad justa las partes silábicas, a veces de carácter rítmico, en oposición a las melismáticas (melodías en base a una sílaba), expuestas a la manera polifónica. Darle la justa dimensión a lo antifonal (diálogo de dos grupos) y a lo responsorial (diálogo solista con grupo). Y como si esto fuera poco, acercarse a la sonoridad de los coros rusos no es una cuestión menor. Todo ello se logró con gran éxito.

El pulcro y a veces transparente sonido del Coro de Cámara, fue reemplazado por otro robusto y expresivo, aún en las subdivisiones que cada voz tiene a lo largo de las quince partes. En esta ocasión, al parecer gracias a la instalación de paneles detrás del coro, la acústica funcionó adecuadamente.

Los dos solistas que requieren las “Vísperas” respondieron al más alto nivel, con poderosa y bella voz la contralto Pilar Díaz, quien sorprendió con sus notas graves en el segundo número, “Bendito el Señor, mi alma”. También ocurrió con el tenor Álvaro Zambrano, que interviene en varios números, porque sorprendió con su voz y estilo cercano a los sacerdotes ortodoxos incluso en el manejo de las partes casi recitadas, con inflexiones en el mejor estilo. Recordamos especialmente su canto desgarrado en el quinto número “Ahora, deja a tu sirviente partir”.

Luego de un inicio un tanto nervioso, Cortés y el coro avanzaron con seguridad y aplomo por las diversas partes que requieren de una gama enorme de contrastes. Fueron plenamente logrados del mismo modo que las progresiones dinámicas. No se le puede exigir a un coro chileno que tenga bajos con la sonoridad y volumen de los rusos, no obstante podemos decir que el éxito coronó casi todas sus intervenciones.

Nos cabe una duda: el haber realizado un intermedio antes de los cinco números finales, sin duda alivió el cansancio de los cantantes pero le restó fuerza, ya que se perdió aquella tensión que iba en aumento. Incluso por momentos se vieron más cansados, resintiéndose la afinación en algunas frases.

¿Le resta mérito eso?. En absoluto. El Coro de Cámara UC y su director Mauricio Cortés triunfaron sobre un enorme desafío, tanto en lo vocal como en lo interpretativo, logrando estrenar en Chile una obra de indudables valores musicales que nos acerca al mundo tan desconocido de la música de tipo ruso ortodoxo.