La soprano Nora Miranda fue una de las participantes de la misa bachiana.
El MercurioLas temporadas organizadas por el Instituto de Música de la UC. (IMUC), se están caracterizando por la permanente oferta de programas de gran interés, que abarcan desde programas de música antigua hasta lo contemporáneo. Y todos presentados en un alto nivel musical.
En esta oportunidad asistimos a la única presentación de uno de los monumentos de la música sinfónico-coral, la “Misa en Si menor” de Johann Sebastian Bach. Fue interpretada por el Concerto Vocale, coro formado casi íntegramente por cantantes que están realizando una carrera profesional, y la Orquesta de Cámara UC con un grupo de invitados y cuatro solistas, todos bajo la dirección de uno de los directores más inquietos de nuestro medio, Víctor Alarcón.
No podemos dejar de señalar la importancia de la programaicón obras de este valor, pues ello se constituye en un gran aporte a la cultura musical. Sus presentaciones son muy apreciadas por los melómanos, que como siempre acuden casi religiosamente a escucharlas. El Templo Mayor del Campus Oriente tuvo que ser cerrado ante la imposibilidad de admitir más público, una clara demostración del enorme interés que despierta este tipo de programación.
Lo primero a destacar es el hermoso sonido el coro y la orquesta. Luego, una cuidadosa preparación, traducida en fraseos y articulaciones muy claros que marcan un estilo definido. No obstante lo anterior, que en la suma total es de la mayor calidad, tenemos algunas observaciones. La primera es que la cantidad de coristas resultó insuficiente para ciertos números. Así como también las once sopranos fueron demasiado en aquellos coros a cuatro voces para equilibrar a los tan sólo cuatro tenores, cinco contraltos y los seis bajos que fueron la cuerda más desperfilada, a pesar de su hermoso sonido.
Tampoco hay que olvidar que dos de sus números, el Sanctus y el Hosanna, son a seis y ocho voces respectivamente. Ahí se perdió la claridad de las líneas melódicas. En cuanto al coro, también diremos que la gran velocidad impresa a ciertos números (Gloria y la fuga posterior, el Cum Sancto Spiritu, el Et Resurrexit) conspiró en contra de la claridad en las semicorcheas, que resultaron muy confusas, como así mismo en el perfilamiento de los contratemas.
El otro aspecto está referido a la dirección de Alarcón, que encontramos demasiado plana, sin progresiones ni intención expresiva, con pulsos casi iguales para muchas de las veinticinco partes que consulta la misa.
Estas consideraciones no pueden hacer pensar en un resultado frustrado, pues el sólo hecho de presentarla es un éxito, Ahí se encuentran partes totalmente logradas, como por ejemplo los espléndidos “Qui tollis” y “Et incarnatus est”, realmente conmovedores, o la respuesta del coro a la velocidad del “Et resurrexit”. También está el bello sonido en la transición del “Confiteor” al “Et Expecto”, la jubilosa belleza del “Sanctus” y la firmeza del “Dona nobis”.
Sólo fueron cuatro solistas, todos sólidos y con hermosas voces en sus registros. Queremos enfatizar esto, pues a pesar de la musicalidad y calidad vocal de Nora Miranda, no pudo rendir según su costumbre en el “Laudamus te”, escrito para una mezzosoprano. Algo similar le ocurrió a Patricio Sabaté en las partes graves de sus dos arias, donde su voz de barítono brilló en los agudos, pero casi desapareció en las notas bajas. Su musicalidad sobresalió en el “Quoniam”, pero ciertas desinteligencias con la dirección desdibujaron su desempeño en la segunda “Et in spiritum”.
En los dos dúos de la soprano con tenor y contralto, Nora Miranda mostró toda su musicalidad y bella voz. La hermosa y cálida voz de Evelyn Ramírez apareció con gran seguridad en el dúo y en sus dos arias, pero debemos hacer notar lo inexpresivo de su canto, algo muy notorio en el emotivo “Agnus Dei”, cantado fríamente.
Rodrigo del Pozo, el tenor, cantó con prestancia y calidad vocal tanto en su dúo con la soprano y en su conmovedor “Benedictus”, a pesar del pulso poco claro de la “flauta obligatto” Guillermo Lavado. Pareciera que el gesto de Alarcón no fue lo suficientemente claro para el solvente flautista, pues su pulso también fue inseguro en el dúo “Domine Deus”.
Los otros solistas instrumentales, el violinista Héctor Viveros, el oboísta (d’amore) Rodrigo Herrera y el cornista Ricardo Aguilera fueron excelentes en sus artes solistas. Un rol fundamental cumplió Verónica Sierralta en órgano, quien con su pulso atento y claro logró recomponer cualquier desajuste rítmico.