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Prudencio y las luces

En los atriles de la orquesta se instaló iluminación a la manera de los fosos de teatro. Una novedosa puesta en escena.

30 de Abril de 2008 | 13:09 |
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Pedro Pablo Prudencio, joven conductor chileno, tuvo momentos difíciles y otros donde apretó su mano y consiguió gran rendimiento de la orquesta.

El Mercurio

El último concierto de la Orquesta Sinfónica de Chile llevó al podio al joven director chileno Pedro Pablo Prudencio, cuyos estudios los realizó en Alemania. En el programa se escucharon obras de Carl María von Weber, Wolfgang Amadeus Mozart, Benjamin Britten y Maurice Ravel, y sus resultados mostraron dos momentos bastante diferentes en cada una de sus dos partes.

La versión de la Obertura de la ópera “El cazador furtivo” de Weber, fue sólo correcta. Más bien plana en expresión. Lamentablemente  observamos algo de descuido en algunos de los instrumentistas.

Hermanos de cuerdas

Luego escuchamos la “Sinfonía concertante para violín, viola y orquesta” de W. A. Mozart, una de las obras más hermosas que haya producido el genial compositor. Sus intérpretes fueron los hermanos Lorena y Marcelo González, en violín y viola respectivamente.

En general se vieron afiatados en fraseos e intencionalidad, pero lamentablemente la afinación de Marcelo, quien pertenece a los violines segundos de la orquesta, fue muy insegura. Y en cuanto al pulso, tuvieron varios desajustes con la orquesta. La dirección tampoco pareció encontrarse en sintonía con la expresividad, que se diluyó en una orquesta que estimamos demasiado grande para esta obra.

La parte que encontramos más lograda fue el segundo movimiento, cuyo carácter estuvo cerca del espíritu que tiene. No obstante la sonoridad general se escuchó un tanto cruda. Luego del intermedio llegaron las sorpresas, porque en cierta medida se efectuó una especie de puesta en escena para las dos obras finales.

Las luces de la nueva orquesta

Aprovechando el sentido didáctico de la “Guía orquestal para la juventud” Op. 34 de Benjamin Britten. En los atriles de la orquesta se instaló iluminación a la manera de los fosos de teatro, lo que permitió que al seguir el relato, a cargo un excelente Fernando González Mardones, cada familia descrita recibiera una iluminación especial.

Cuando se inicia la “fuga” final, donde participan todos los instrumentos, el escenario se ilumina completamente. Un acierto al considerar la gran cantidad de estudiantes presentes en la sala.

A lo largo de la obra, Britten destaca instrumentos solistas y familias, exigiendo de ellas un gran virtuosismo al explotar sus características. Aquí la orquesta fue otra, pues cada integrante parecía gozar al tocar, al tiempo que ponían lo mejor de sí para alcanzar la estupenda versión lograda.

Para la obra final, el “Bolero” de Maurice Ravel, la orquesta está sometida a grandes exigencias tanto sonoras como rítmicas, ya que deben mantener la progresión dinámica, desde el pianissimo, para culminar en el apoteósico final en fortissimo.

Con mano firme Prudencio logró la progresión necesaria, además de mucha expresividad y excelencia sonora. Demás está decir que el público no escatimó ovaciones, tanto para el director como para los músicos, que profesionalmente cumplieron a cabalidad los desafíos. Dos obras que a veces se las considera de las ligas menores, pero que requieren de cuidadosa interpretación para obtener el éxito conseguido en esta oportunidad.

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