Chicas hipercativas provocativas y galanes que intentan cantar. El grupo mexicano desentona y aburre.
El MercurioLos mexicanos de Rebelde caminan hacia el patíbulo que sellará su fama y parecen desconocer su destino. Con vibra de autómatas siguen sonriendo, bailando coreográficamente y entonando canciones insulsas que calan en público infantil. Ante ocho mil personas en la pista atlética del Estadio Nacional, la mayoría niños, Rebelde subrayó sus falencias, como dejó en el aire el aroma que anuncia su irremediable caducidad como banda pop criada en una teleserie.
De sus seis integrantes, apenas un par canta en un nivel mediocre. El resto hace lo que puede. Aún así, confiados en que la imagen es todo, sobrevuelan diferentes estilos con estrepitosa suerte. Cómo no, ahora hay reggaetón en su repertorio, lienzo ya sobrecargado de canciones bailables, baladas, cortes rockeros, medios tiempos, y brochazos de hip-hop.
A la hora de concierto, tras correr, desentonar y repetir cuán importante es el país de turno en sus corazones, el guión de esta gira de Rebelde ordena hablar de la muerte. Tal cual. Llaman a disfrutar la vida ahora y a desechar lo material, clichés absurdos para un público objetivo que cursa enseñanza básica. Pero el sexteto no hace distinciones. Sólo son voces y cuerpos programados que interpretan lo que productores con alma de publicistas ordenan.