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Tres hurras por Gallardo-Domâs

Esta es la humilde mirada de un estudiante que usa pase escolar y que de un momento a otro se vio en la primera —primerísima— fila del Teatro Municipal, saludando a Mary Rose Mc Gill y esperando el único show de Cristina Gallardo-Domâs en ese lugar.

05 de Junio de 2008 | 15:46 | Por Álvaro Farías R.
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Una vez alabada, sin micrófono ni nada, se pone a cantar, a recitar, a sopranear, si es que existe la palabra.

El Mercurio

SANTIAGO.- Antes de comenzar, les advierto a los especializados que aquí no encontrarán una crítica de música clásica ni nada por el estilo. Si no la humilde mirada de un estudiante que usa pase escolar y que de un momento a otro se vio en la primera —primerísima— fila del Teatro Municipal, saludando a Mary Rose Mc Gill y esperando el único show de Cristina Gallardo-Domâs en ese lugar.


Si alguno de ustedes nunca ha visto un espectáculo de música clásica, tengo que decirles que —sin exagerar— se han perdido la mitad de las experiencias musicales de la vida. No sé si fue por la artista en escena o porque siempre el estilo provoca sensaciones así, pero me dejó con depresión porque mi única gracia vocal es decir buenos garabatos (tengo unos muy buenos). Es más, no me quería ir, pero como en el Municipal no se puede chiflar, me fui no más. En bici.


La escena es así: entra por la esquina derecha del escenario una mujer vestida con un vestido azul impecable, que ya se lo quisiera cualquier egresada de cuarto medio para su fiesta de graduación.  Apenas entra, los aplausos se dejan caer encima de sus joyas que valen toda mi universidad y brillan más que manzana de publicidad.


Una vez alabada, sin micrófono ni nada, se pone a cantar, a recitar, a sopranear, si es que existe la palabra. Pero es como que lo hiciera en la oreja porque se escucha impecable. Cuando se mueve mira al publico y expresa todos los sentimientos que quiere decir la letra (afortunadamente la primera parte fue en español) y cuando te mira, yo por lo menos, me quedaba helado. Congelado y con impulsos a decirle:


—¿Yo?, ¿me hablas a mí con ese tonito?, porque esa mujer debería leer todos los discursos de la presidenta, nadie desobedecería.
 
Era mi segunda vez en el Municipal, la primera había sido en octavo básico cuando fuimos al ensayo general de “La Caperucita Roja’’, por ejemplo, con la Tía Andrea. Cero glamour. Así que cuando aparecieron las chiquillas de Vida Social me puse re contento, pero como andaba con polera, preferí hacerme a un lado y no salir en la foto.


Yo que pensé que lo mejor había pasado en el hall de entrada, cuando la persona que me invitó se encontró con Mary Rose Mc Gill y la saludé de beso inclusive. Mortal, pero estaba equivocado. Lo mejor fue cuando pensé que todo había terminado. Ya estaba pegado al asiento de tanto echarme para atrás porque la voz era demasiado impactante, apabullante y traga hombres. Pero cuando se fue, una señora que estaba a mi lado y que apenas caminaba, se puso a zapatear fuerte. Y luego todos la siguieron y el piso temblaba porque todos los de terno y corbata estaban zapateando para que Cristina volviera. Increíble.


Cuando regresó, aparte de recibir un par de ramos de flores, subió más la voz, se agachaba como sacando toda su energía, y sin dudarlo es el “grito” más espectacular que he escuchado en la vida. Y eso que he ido a recitales de black metal.


Esta invitación me dejó dos enseñanzas. La primera es que no hay que  tener prejuicios con la música clásica porque cualquier grupo gringo de ahora, que saca un disco y hace gira mundial, se quisiera algo del carisma y la actitud de Cristina. Y la segunda es que la clase alta también se desordena y cuando los provocan zapatean hasta más no poder.