"Fui educado en la escuela de los golpes bajos / ¿Quién va a ser ahora paternalista conmigo?". Una cosa es que Amy Winehouse se haga la dura resistiéndose a la rehabilitación y otra, muy diferente, que un hombre de 62 años se plante sobre su álbum número 33 y lance un par de verdades en torno a su fiereza. Van Morrison es sólido en sí mismo, por sobre sus circunstancias y sus canciones, y su trabajo musical de los últimos años descansa sobre esa credibilidad de granito.
Sus discos de adultez –más o menos poéticos, más o menos monótonos– han sido un continuo de canto distendido, que se regocija en el flujo de la música y ya no busca imponerle grandes giros a la canción popular. Como Leonard Cohen, Morrison es un cantautor que siente que ya agitó suficientemente el cánon, y que lo que hoy le queda es esforzarse sólo lo justo. Como dice el título: "Que sea simple".
Hay blues, hay jazz y hay coros soul algo sosos en este álbum construido principalmente con cuerdas, órgano Hammond y letras del manual de los que han visto suficiente de la vida y saben bien quiénes son. Tómenlo o déjenlo. Morrison es un sexuagenario famoso por su mal genio, pero a quien la música moldea y calma, y que a estas alturas aborda sus canciones como si recitara un mantra. Keep it simple es un disco sin sorpresas ni altibajos, pero que mantiene, en cada pulso, la marca de identidad de su autor.
