Carlos Ramón Dourthé ha tenido días mejores. Volvió desde Francia para dirigir a la Sinfónica, pero el concierto de Samuel Barber, de exigencias ténicas evidentes, lo sobrepasó.
El MercurioLuego de varias jornadas de excelencia, la Orquesta Sinfónica de Chile sufrió un traspié en su último concierto de la temporada 2008, que fue dirigido por Carlos Ramón Dourthé. El músico había conducido a la agrupación con éxito durante la temporada 2006.
Pensamos que este resultado menor al esperado, puede ser producto de una poca afinidad con el repertorio. Tal vez debido a las dificultades de la música habría sido necesario más ensayos. En particular nos referimos al concierto para chelo y orquesta.
En todo caso, bien sabemos que los artistas tienen mejores días que otros, por lo que es posible que las imperfecciones del primer día, se corrigieran en la repetición.
La versión de la “Obertura Festival Académico” Op. 80 de Johannes Brahms, con que se abrió el programa, acusó algunos desajustes rítmicos, tanto en el sonido como en el fraseo. Estos fueron bastante descuidados en los bronces, en contraste con las cuerdas y maderas, muy cuidadosas en este aspecto.
El enfoque de Dourthé es bastante enérgico y logra un gran brillo sonoro muy de acuerdo al jubiloso carácter de la obra. Por ello la respuesta del público fue muy buena. Luego continuó con el complejo y extraordinariamente difícil “Concierto para Violonchelo y Orquesta en La menor” Op. 22 de Samuel Barber, que no goza de grandes adeptos entre los chelistas, por su cúmulo de obstáculos de toda índole, con cambios constantes de ritmo, juegos en frases y semi frases melódicas y rítmicas al interior de todas las familias de la orquesta y en la relación con el solista. Para eso se requiere de un afiatamiento total, que fue precisamente lo que en esta ocasión no se logró. La interpretación no tuvo la trascendencia que la obra merecía.
En cuanto al solista Celso López, quien asumió el tremendo desafío, su labor estuvo muy alejada de su habitual excelencia. Incluso tuvo errores muy evidentes de afinación y a veces se le vio incómodo con los desajustes que se produjeron con la orquesta. Incluso a la cadenza del primer movimiento le faltó fuerza y carácter.
En el hermoso segundo movimiento el rendimiento mejoró bastante y los diálogos del solista con las maderas resultaron de gran musicalidad. En el tercero, en cambio, el pulso poco claro hizo que la interpretación resultara plana, sin contrastes y con fallas importantes en algunos instrumentos. En este caso tanto el talentoso Celso López, como Dourthé, quien también es chelista, quedaron en deuda. Sobre todo en razón a sus pergaminos.
Con ustedes, la Séptima
La “Sinfonía N° 7 en La” Op. 92 de Ludwig van Beethoven cerró la presentación. Durante su desarrollo se observaron fraseos más cuidadosos, pero en el aspecto de los tempi estos resultaron a veces arbitrarios. En algunas a secciones dentro de un mismo movimiento. No obstante, la orquesta respondió a las indicaciones del director con gran disciplina.
En el primer movimiento se observó un sonido más homogéneo que captó el tono jubiloso de la obra, aunque llamó la atención que en algunas familias los finales de frase fueron tan cortos que se impidió fraseos ligados.
En contraste, de gran calidad fue el tema melódico, que se contrapone al rítmico que sustenta todo el segundo movimiento. Ahí se apreció importante musicalidad. Las notas cortas volvieron aparecer en el tercero, aunque se consiguieron momentos de gran calidad sonora. Aquí rescatamos el interés del director por hacer aparecer voces que no siempre se destacan.
El pulso no siempre claro desdibujó el “Presto” final, de gran energía pero no siempre musical. También se apreciaron notas y sonidos descuidados en la orquesta. El final vertiginoso logró un gran impacto entre los asistentes. Creemos, al considerar el currículo de Carlos Dourthé, que este fue un mal día, en donde no se evidenció su reconocida musicalidad y profesionalismo.