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A la fiesta le faltó brillo

La ópera de Giuseppe Verdi evidenció una presentación con muchas luces y algunas sombras. Los puntos altos fueron los cantantes. Detrás del escenario hubo dudas.

23 de Junio de 2008 | 11:29 |
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Todo el color de una máscara de fiesta no fue suficiente para que la interpretación de la ópera de Verdi esta vez fuera perfecta.

El Mercurio

Una presentación con muchas luces y algunas sombras se apreciaron en la segunda función de la ópera “Un Baile de Máscaras” de Giuseppe Verdi, ofrecida en la llamada ahora “Ópera estelar”, sucesora del emblemático “Encuentro con la ópera”, cuya característica fue mezclar figuras nacionales con internacionales emergentes. Las luces las dieron los cantantes. En primer lugar por lo homogéneo del elenco y luego por línea de canto y su aproximación a los personajes.

José Azócar, en la plenitud de sus condiciones vocales, entregó un gran Ricardo, otorgándole emotividad al drama que significa debatirse entre el amor y la amistad. La belleza de su timbre sobresalió tanto en sus sólidos agudos como en el manejo de la voz media y en los graves. Sus arias, tanto el dúo con Amelia en el segundo acto y se escena final fueron notables.

Sofía Mitropoulos, soprano griega que encarnó a Amelia, apareció con una voz que fue creciendo desde sus primeras escenas para entregar su poderoso caudal en el segundo acto y en la primera escena del tercer acto, donde vivió el desgarro y dolor de la esposa acusada de infidelidad. Sus sólidos agudos y el manejo de los pianissimos le permiten abarcar con comodidad esas emociones.

El joven barítono estadounidense Lee Poulis fue Renato, esposo de Amelia, frasea musicalmente con su hermosa voz, denotando un compromiso con el personaje. Su aria de la primera escena del tercer acto fue de gran nobleza y belleza, siendo capaz de demostrar toda su ira y ansias de venganza. Sin duda cuando tenga mayor experiencia su actuación ganará en expresividad. Por su promisorio porvenir, sería recomendable tenerlo en otras producciones en Chile.

La bruja Ulrica nos mostró una vez más la belleza enorme de la voz de María Isabel Vera. Su amplio registro con timbre parejo produce un goce al escucharlo. No obstante estas virtudes, aún le resta unir la expresión vocal, que tiene en gran medida, con la actuación, que resulta un tanto estereotipada.

Creemos que no pudo ser mejor la elección de Patricia Cifuentes para el rol de Oscar. Su hermosa, afinada y musical voz dio el perfil justo al personaje, suponemos que por indicaciones de la régie, cantó siempre mirando hacia el público, aunque con gracia y picardía.

Silvano fue cantado por Patricio Sabaté con la solvencia que este destacado barítono da a cada una de sus presentaciones. Vocalmente correcto, pero sobreactuado. Casi cómico nos pareció el Juez de Gonzalo Araya, en tanto que muy convincentes en lo vocal y en actuación estuvieron Ariel Cazes y Sergio Gómez como los conspiradores Samuel y Tom.

El Coro que dirige Jorge Klastornick maravilla por su sonido, tanto en las escenas de voces masculinas como en las de voces femeninas, así como en las de tutti. La escenografía e iluminación de Enrique Bordolini tuvo sus aciertos en la escena de Ulrica y en la primera del último acto, con acertados cambios lumínicos y un logrado uso del espacio en la escena del cadalso.

Si bien en su concepto visual funciona en cuanto a la soledad del alma de la protagonista, la iluminación puede desconcertar por lo conceptual. En la escena del baile nos pareció inadecuada la jaula, ubicada al medio del escenario. Sólo logró impedir el desplazamiento fluido de solistas y coro. A pesar de su hermoso del diseño, no fue aporte alguno. Del mismo modo la iluminación plana creó confusión visual. Rescatamos el final, cuando el piso se torna rojo luego de la muerte de Ricardo.

A pesar de lo hermoso, El vestuario de Imme Möller realizó curiosas mezclas de época, y fue desfavorecido por la iluminación. La régie de Eric Vigié resolvió bien las escenas de Ulrica: la del patíbulo y la del despacho en casa de Renato. Pero creemos imperdonable la confusión en la escena del baile.

En cuanto a la dirección de Rani Calderón, pensamos que su aproximación a Verdi es distante. Le resta emoción y expresividad al drama. Entre cada escena realiza unas pausas que hacen perder la tensión, y no sabemos por qué todas las partes piano son generalmente lentas. En cuanto a su manejo de la orquesta, no siempre es pulcro en lo rítmico, como en el cuidado del sonido. En ocasiones hay secciones de sonido descuidado, muy alejado del nivel de la orquesta. No discutimos su elegancia al dirigir, pero esta resulta a veces inexpresiva y distante.

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