Acaso el legado más injusto de la época de gloria del trip-hop haya sido levantar la idea de que el "movimiento" tenía apenas tres nombres dignos de revisión. Pero junto a Massive Attack, Portishead y Tricky crecieron, también, músicos igualmente imaginativos y valiosos, capaces de llevar la combinación de electrónica y hip-hop a lugares luminosos.
Es paradojal que un nombre menor, como el de Martina Topley-Bird, se haya ajustado a los años mucho mejor que su mentor, el errático Tricky. Su segundo disco solista, The blue God, es una publicación sumamente estimulante, y que merecería sacarla al fin del secundario lugar de "asistente" con que la conocimos en los años '90.
A partir de su voz lánguida y sin edad, Topley-Bird levanta un soul nocturno, sugerente; que, sin embargo, tiene mucha más fuerza y distorsión que un puro ejercicio de estilo. Hay entre estas canciones algo oscuro e inquietante, que incomodaría a la mismísima Amy Winehouse pero que sonaría estupendamente en radios (hay singles de gancho garantizado, como "Poison" o "Baby blue"). En tal sentido, una cantante como Martina Topley-Bird merece ubicarse más cerca de PJ Harvey que de otra bien dotada garganta negra inglesa.
En The blue God hay carácter autoral, hay ideas y hay profundidad suficiente para ajustarla durante mucho tiempo. Es innegable que ha sabido con quien asociarse (el prestigiado Danger Mouse es su coproductor) pero, también, que la estrella femenina de Maxinquaye parece haber superado, al fin, a su maestro.
—Cristina Hynde