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Valía la pena esperar

La última función del programa doble de la Temporada de Ópera del Teatro Municipal se constituyó en real suceso, debido a la extraordinaria actuación de Verónica Villarroel en el rol de Sor Angélica, la ópera de Giaccomo Puccini.

25 de Julio de 2008 | 12:19 |
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Verónica Villarroel no sólo canta; vive el papel: la soprano como Sor Angélica.

Foto: archivo de El Mercurio.

La primera ovación fue en su aria luego de conocida la noticia de la muerte de su hijo. Luego, al final, estalló la euforia con "pataditas", público de pie, flores lanzadas desde lo alto, todo para premiar una nueva actuación de la soprano Verónica Villarroel, quien, superando los problemas de salud, logra conmover profundamente. Verónica no se limita a cantar el papel: simplemente lo vive. Lentamente pasa de ser una monja más del convento a ir creciendo y adueñándose de la escena para concluir en los desgarrados lamentos previos a su muerte.

Si bien la cantante está convaleciente y midió la extensión de algunos de sus agudos, el hermoso y cálido timbre de su voz, que mantiene parejo en toda la tesitura, asume la fuerza completa del texto, con gran dominio de los contrastes dinámicos e inflexiones, además de un contundente dominio actoral. Su salida del locutorio, con la mirada extraviada, llevada por una hermana, es casi tan emocionante como cuando canta sobre el dolor de la pérdida del hijo, o cuando pide a la Virgen que la perdone por haber cometido suicidio.


La dirección y las voces


En la dirección, Jan Latham-Koenig realiza una progresión dinámica y dramática del mejor nivel, acompañando estupendamente el desenlace del drama.

En esta ocasión, Lina Escobedo, como la Tía Princesa, superó problemas de otras funciones. Cantó con aplomo y propiedad su personaje, sólo con leves problemas de afinación en su entrada, tal vez debido al volumen demasiado bajo de la orquesta.

Convincente fue la actuación de la Abadesa a cargo de Miriam Chaparrota, como asimismo la de Zelatrice en la voz de Evelyn Ramírez, y con gran profesionalismo la del resto de las hermanas, tanto las solistas como las del coro, dirigido por Jorge Klastornick.

La régie de Marcelo Lombardero, en la funcional escenografía e iluminación de Ramón López, se adapta plenamente a la tragedia, diferenciando los planos de actuación de las novicias y monjas con los de la Tía Princesa o la extraordinariamente vital Sor Angélica.


"El castillo de Barba Azul"


En la primera parte, Bálint Szabó (Barba Azul) y Judit Németh (Judith) asumieron los papeles protagónicos de "El castillo de Barba Azul", de Béla Bartók, en la interesante puesta escenográfica de Diego Siliano. En base a multimedia, el artista recrea el castillo y las visiones al interior de las siete puertas, las mismas que Judith desea abrir, y que recuerdan en más de algún momento los grabados de Doré.

Ambos cantantes, con gran conocimiento de la compleja partitura, desarrollan en forma bastante estática el drama, que a ratos parece recital. La escena del lago, donde Judith pide a Barba Azul que la ame, es casi circunspecta. Llama la atención la diferencia de régie para ambos elencos, cuando el régisseur es el mismo.

Judit Németh, la protagonista, posee una poderosa y muy hermosa voz. Fue vestida por Luciana Gutman de colores oscuros, que no la destacaron ni reflejaron los colores de algunos cuadros, como en el de la protagonista de la otra versión. Bálint Szabo tiene un timbre parejo, es musical pero con escaso volumen, lo que significa que en varios fragmentos se escucha escasamente, y su vestuario es demasiado convencional y falto de gracia.

A cargo de la conducción, Latham-Koenig maneja en gran forma la orquesta, que tiene momentos de enorme belleza y expresividad, pero encontramos que en el final, tal vez por un concepto personal, deja simplemente morir la música sin la tensión necesaria, lo que en ningún caso resta mérito a su gran dirección.