Beck nunca ha sido un artista reacio a la colaboración ni a la incorporación de ideas ajenas a sus grabaciones, pero es probable que ningún disco suyo esté tan marcado por el sello de un productor como lo está Modern guilt. Danger Mouse, el hombre de Gnarls Barkley y de incontables proyectos de pop, hip-hop y tecno, ha convertido las nuevas composiciones del californiano en un entramado seudosicodélico sin antecedentes en su discografía.
Sólo esa novedad justifica la escucha atenta a un disco breve, melancólico y repleto de texturas inesperadas. El desvarío reciente de álbumes como The information y Guero se encauza ahora en un flujo ordenado y de carácter, aunque no por eso menos misterioso. Modern guilt es un disco extraño, que va acomodándose al oído con pasadas sucesivas y que le devalará su atractivo sólo al fan dispuesto a acomodarse a un Beck Hansen adulto. Ya era hora.
Loops de batería, percusiones entrecortadas, cintas que entran y salen antes de que uno pueda darse cuenta para qué. No estamos ante una estructura convencional de canción, y es probable que no haya un solo estribillo recordable en estas diez canciones. Pero hay algo enormemente cálido en los coros sobre los que se acomoda la voz de Beck, la incorporación precisa de cuerdas y el muy inteligente trabajo de percusión (que toma como partida los experimentos del Revolver, de los Beatles, y desde ahí se aventura a alturas atrevidísimas). ¿Es éste un disco hip-hop? ¿Un tributo a la psicodelia más avanzada de fines de los '60? ¿La afirmación de un Beck que había comenzado a confundir ruiditos con ideas? Una canción tan magnífica como "Orphans" es todo eso y más, y comprueba que, frente a un disco pop, dos cabezas se potencian y cubren los desgastes de años de exigencia por ser el más listo.