Menor que Jaime, Roberto, Andrés y Juan Carlos Márquez y mayor que Cristian Márquez, este músico es el penúltimo de los hermanos que desde 1971 han dado forma a Illapu, perdurable conjunto chileno de fusión americana. Pero ni la genealogía ni la historia figuran por sobre lo que José Miguel Márquez hace en paralelo en su segundo disco como solista, donde el cantante, compositor e instrumentista se desmarca de su conjunto madre por la vía menos esperada.
Si su primer disco, Sonidos (2005), está basado en el cancionero tradicional de América Latina, en Puentes (2008), tal como sugiere el título, el autor posibilita un encuentro de esa raíz, manifestada en ritmos e instrumentos, con elementos de la tradición europea, del jazz, del rock y del pop. Contrapartida de Márquez aquí es el músico alemán Jürgen Heckel, con quien se nota que la producción del disco está compartida, por la presencia de guitarras eléctricas y teclados, la pulcritud del sonido y la orquestación desplegada en los arreglos de vientos y cuerdas de "Mensajero" y "Si la vida", entre otras canciones.
Márquez se encomienda a una intimidad más acústica en "Sin pensar", y varios de sus versos son evocaciones de la tierra y la gente añorada por un artista nómade como él. Pero la nostalgia de las letras no cruza hacia la música. El disco parte entre pop y balada, "Nicaragua" suena como una guajira aderezada con guitarra flamenca y animadas trompetas animadas, y aun más entusiastas se escuchan versiones de éxitos como "Pata pata", de Miriam Makeba, y una sorprendente "El martillo", de Pete Seeger, con la que José Miguel Márquez termina de dejar en claro que no teme a sonar pop con acento latino.