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La cuentacuentos

La artista neoyorquina convirtió un concierto que se anticipaba como de rock experimental visual en un concierto de cámara contemporánea. Con silencio en la audiencia, con programa definido, con moderación, con rigor y con belleza.

01 de Septiembre de 2008 | 11:58 |
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El perdido arte del soliloquio. Laurie Anderson presentó sus nuevos textos en un silencio respetuoso. No hay que confundir un concierto tranquilo con uno aburrido.

Jaime Bascur

La ópera clásica utiliza a veces pantallas con subtítulos para mantener al público al tanto del conflicto que se canta sobre el escenario. El recurso lo retoma Laurie Anderson y resulta vital para comprender mejor su más reciente espectáculo, Homeland. No hay a su lado actores, escenografía ni pantallas con videos. Sobre un negro sólo adornado por una fila de ampolletas sobre el suelo, vemos apenas un bajo, un teclado y un violín. Laurie comanda la noche frente a un tablero que distorsiona su tono y modera la base electrónica sobre la que se acomoda su voz, a veces en canto, a veces en monólogos. Éste es un recital centrado en la palabra y las historias, sin un álbum que promocionar ni antiguos temas del recuerdo. La neoyorquina toma sólo a veces su famoso violín eléctrico. Ha sido antes performer de vanguardia, compositora experimental y conceptualizadora audiovisual. Pero esta noche, en su primera visita a Chile, Laurie Anderson elige ser una cuentacuentos.

Comienza con “The lark”, la historia de una alondra que no sabe dónde enterrar a su padre muerto. Sigue con “Bad” y pide que la dejemos incendiar nuestra ciudad, nuestras mezquitas y nuestras iglesias "porque soy un tipo malo". Y en un continuo de reflexión contingente levantado desde la sátira, el asombro y la poesía, Laurie se detendrá tanto en los modelos de ropa interior que nos vigilan desde las gigantografías urbanas como en el drama de los jóvenes reclutados por el ejército estadounidense bajo la promesa de una beca estudiantil.

Probablemente sea “Only an expert” la pieza que mejor sintetice la actitud con la que Anderson elige mirar hoy a Estados Unidos: un país intoxicado por la autoayuda y las terapias de toda índole, que ha logrado imponerle al mundo soluciones que a la larga se han convertido en profundos problemas.

La fiera guitarra eléctrica de su marido, Lou Reed, entra en “Lost art of conversation”, el único dueto vocal que durante la jornada permitirá atisbar la sociedad íntima que han forjado dos neoyorquinos definitorios para la venguardia musical del siglo XX (más tarde Reed regresó para tocar la guitarra eléctrica en una de las últimas canciones de su mujer). El público adopta entonces los modos de un concierto convencional —aquellos de vítores, canciones y grandes figuras—, pero recuerda pronto que la noche tiene otra intención. Sin hits, sin ademanes juveniles ni entradas VIP, Laurie Anderson recorre hoy el mundo para recordarnos que ella viene desde un imperio herido, al que visita con dolor incamuflable y bienvenida perspicacia.

Los soliloquios
1. The lark
2. Bad
3. Transitory live
4. Only an expert
5. Mambo and bling
6. Maybe if I fall
7. Short fall
8. Underwar Gods
9. Out of the heart
10. Callin em up
11. Perfect (Strange perfumes)
12. Pictures and things
13. Lost art of conversation (con Lou Reed)
14. Bodies in motion
15. Sky flying birds
16. No man’s land.

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