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Bloody bop

05 de Septiembre de 2008 | 16:17 |
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En 2001 el baterista Pancho Molina lanzó su “Bleiqui” en el disco Perseguidor, una pieza de mucha agilidad bop dedicada al baterista Art Blakey (1919-1990). Siete años después el guitarrista Jorge Díaz vuelve a fijar una mirada personal en el vértigo percutivo de otro ejemplar de esta misma especie con la composición “Tony”, dedicada a Tony Williams (1945-1997). Ambos jazzistas chilenos lo hicieron porque saben que el ritmo es el motor de esta música y tal vez por eso Jorge Díaz no tuvo demasiadas dudas que despejar en la elección de Félix Lecaros como baterista para la grabación de Bloody bop, (quien sustituyó al baterista original de su trío, Felipe Candia).

Félix Lecaros es un endemoniado en los ritmos variables y también lineales y su marca queda aquí de una manera mucho más real, porque este disco fue registrado en vivo y directo, sin trampas de posproducción, durante dos noches seguidas en el espacio predilecto del guitarrista Jorge Díaz: el Club de Jazz de Ñuñoa. Y si esa “Tony”, que es una de las más cercanas a un lenguaje tipo fusión, aparece dedicada a alguien en especial, Tony Williams no es el único depositario de la serie. La experiencia bopera natural de este disco tiene muchas dedicatorias más. La primera se llama “Dear friend” y va directo al bajista del trío, Hugo Rojas, que es como el alma gemela de Díaz. Tienen tantas horas de escenario juntos que podrían tocar bien hasta enojados entre ellos.

Este trío es la segunda agrupación que lidera Díaz. Hasta 2004 organizó un quinteto eléctrico de fusión con violín y teclados, que llegó al disco en Club de Tobi. A fines de ese mismo año la opción del guitarrista fue reducir los elementos y sumar en experiencia de sintonía entre partes. Su quinteto tenía mayores consideraciones en cuanto a composición, arreglos y sonido. Este grupo, en cambio, con Rojas y Lecaros, parece estar programado para ir al choque: presentar el tema ya es suficiente trámite. Lo que vale es lanzarse pronto en la aventura solística de improvisación. “Frankly” es una una buena prueba de ello (con protagonismo de Díaz y un solo descomunal de Lecaros). Su título devela una expresión interna que los músicos utilizaban mucho en su viaje a los festivales de Bali y Jakarta (verdaderas empresas consulares), y está dedicada al guitarrista post-bop John Scofield, a quien Díaz parece acercarse aquí con ese sonido eléctrico y entrecortado.

Lo demás alterna estados de ánimo. “Conejo” es una pieza más medida y arpegiada, casi otra canción de amor y, lógico, está dedicada a una mujer. En ese ámbito de sobriedad también pueden ingresar el bolero “Casi canción de amor” y una elegante revisión de la davisiana “Nardis”. Pero cuando hay que correr, el trío corre rápido, como en “Huyendo justo a tiempo”, que es una de las más vibrantes y transpiradas de Bloody bop. Su título parece obtenido del vértigo de la metrópolis neoyorquina, donde todo es para ayer. Y los músicos lo exponen de ese modo también: aquí nada es levemente. Si hay que tocar, se toca “hasta sangrar”.

—Iñigo Díaz

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