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Un concierto que produjo silencio

Es un privilegio ver en Chile al maestro David Levi. Condujo una orquesta que no tiene grandes dimensiones, pero que logró darle cuerpo a un sonido que no decayó jamás y que siempre fue expresivo para las obras escogidas de Beethoven y Mendelssohn.

10 de Septiembre de 2008 | 10:45 |
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Preparador de repertorio de cantantes como Anja Silja, Gabriele Schnaut, Patricia Petibon y Cristina Gallardo-Domâs, David Levi dio muestras de su categoría como director orquestal.

Archivo de El Mercurio

Un programa exigente para los auditores y para los intérpretes ofreció la Orquesta Sinfónica de Providencia en la celebración de los 47 años de la Corporación Cultural de la comuna. Dirigido por el maestro David Levi, quien debutaba en Chile, el joven conjunto se escuchó con un sonido compacto, vigoroso y de un color romántico broncíneo que se mantuvo durante todo el programa. Un resultado impresionante para una orquesta no de grandes dimensiones, pero capaz de dar cuerpo a un sonido que no decayó jamás y que siempre fue expresivo. Un trabajo notable del titular de la orquesta, Denis Kolobov, y de todos los músicos; en especial de ese excelente concertino que es Hernán Muñoz.

El maestro Levi debiera regresar otra vez al país para dirigir conciertos u ópera (su especialidad), y también para hacer clases magistrales a cantantes, dada su enorme experiencia con artistas como Anja Silja, Gabriele Schnaut, Cristina Gallardo-Domâs y Patricia Petibon.

Condujo a la Sinfónica por los caminos de Beethoven de manera sorprendente. La sinfonía número 3 (Opus 55), en Mi bemol Mayor “Eroica” surgió como una verdadera droga, inextinguible en sus capacidades evocadoras: el primer movimiento, con su cambio incensante y esos golpes feroces que parecen ser estallidos sordos y perturbadores; la “Marcha fúnebre” enorme, dilatada; el Scherzo, en un allegro vivace que estuvo a punto del molto, y el final, arrebatador por su juego incensante. Queda desde ya un recuerdo magnífico para todos los que estuvimos ahí, pues Levi y sus músicos fueron por caminos estrechos logrando a través de ellos una plenitud musical escasa en Santiago y en Nueva York.

Después de breve intermedio siguió esa maravilla que todos tenemos en el oído y que pocos saben de qué se trata: el "Concierto número 2 para violín y orquesta en Mi menor" (Opus 64), de Félix Mendelssohn, con la orquesta afiatada, segura de sí misma después de la prueba anterior, y Levi gozando la música junto a un violinista extraordinario.

Denis Kolobov avanzó, de memoria y como sin inmutarse, por las miles de notas de esta partitura endiablada. Sí, él asombra por su habilidad técnica y su infalible musicalidad, pero también porque sabe escuchar el silencio y se permite abrir su espíritu al lirismo. Si no es así, no hay música. La ovación fue enorme y obligó un nuevo momento sugestivo: la “Meditación” de “Thais” (Massenet) en ejecución inolvidable. En especial, tras la elipsis sonora de la sala justo antes de explotar en renovado delirio.