Su sentido del espectáculo es lo que salva a composiciones que pudieron haberse perdido en los garages de los '60. The Hives llega y rompe.
EFEEn un momento del recital los Hives se quedan estáticos. El brazo del baterista Chris Dangerous queda estirado sosteniendo la baqueta, las guitarras a punto de tocar un riff y un frontman que deja de ser una especie de David Lee Roth mejor vestido. Por un minuto completo se extendió la impecable interrupción, para seguir atancando luego con uno de esos shows que sólo pueden calificarse de "demoledores".
Los cerca de tres mil asistentes que llegaron al Teatro Caupolicán estaban en éxtasis. No sólo porque ver a los Hives es el "segundo triunfo nacional" (tras el 4-0 a Colombia) como aseguró la banda, sino porque los guitarrazos, saltos y apretones de manos al público destruyeron el mito del "piloto automático" con que tocan las bandas que visitan Chile. A diferencia de Interpol o Brigh Eyes, estos suecos no vinieron a cumplir: lo suyo fue impresionar.
El truco de The Hives es el mismo de Chuck Berry y la primera invasión británica liderada por The Kinks y The Animals. R&B acelerado y con fuerte sentido del espectáculo. El mismo que procesaron en Estados Unidos, The Sonics, The Kingsmen y todas esas bandas garageras que aparecen en las famosas compilaciones "Nuggets", la referencia más obvia de estos suecos. Este garage, que en parte justifica la masa de sonido de alto decibelaje del show, es el ADN que moviliza los aullidos, redobles y guitarrazos de la banda.
"Hate to say I told you so", "Main offender", "Tik tik boom" y todas las otras, más que piezas fáciles de indivualizar, corresponden a un estado de ánimo. Más que canciones, The Hives es un sentimiento que bordea la eterna adolescencia y la parodia a los clichés del rock and roll. Es, solamente su sentido del espectáculo lo que salva a composiciones que pudieron haberse perdido en los garages de los '60 o que la evolución de la música popular simplemente convertiría en ridículas.