Quien firma uno de los discos más extraños de la temporada es Monkey, mamífero con cara de simio cansado (su retrato está en la carátula) y referencias musicales venidas de lugares insospechados, que al oído suenan tanto a China como al pop electrónico. En rigor, éste tampoco es estrictamente un disco, sino el registro de la música preparada el año pasado para el montaje de una ópera, Journey to the west, mostrada hasta ahora sólo en tres ciudades de Europa y una de Estados Unidos. La obra fue dirigida por el actor y director chino Chen Shi-zheng, pero musicalizada por Damon Albarn y el ilustrador Jamie Hewlett. Si al primero no lo habían escuchado mencionar jamás, a los otros dos de seguro los conocerán por su trabajo en Gorillaz.
Qué hace un ex Blur en un proyecto como éste suena como una desconfianza lógica sólo hasta que se recuerda que Albarn ha sido la estrella pop más exploradora de su generación. Por sacarse de encima al incómodo brit pop, el cantante ha estado dispuesto en los últimos años a involucrarse en una banda a cargo de dibujos animados (Gorillaz), un sello de reediciones de viejos discos africanos (Honest Joe), la banda sonora de una película islandesa (101 Reykjavik), un súpergrupo de obra única (The Good, The Bad & The Queen) y un vinilo de demos que casi nadie escuchó (Democrazy).
Que no venga Madonna a decirnos lo que es reinvención. Este disco calmo, experimental, algo cojo cuando se le escucha sin su montaje correspondiente es, al menos, otra pista de asombrosa vitalidad de parte de un músico con rostro de ídolo juvenil pero espíritu de creador arriesgado. Cantado en mandarín por el UK Chinese Ensemble, Journey to the west le ha exigido a Albarn trabajar sobre instrumentos que no había visto en su vida y someterse por primera vez a la escala pentatónica. Él dirá que ha sido una oportunidad de aprendizaje y nosotros aplaudimos que haya vida más allá de “Country house”.
—Cristina Hynde