El primer compás de este disco anuncia lo que traen los 29 minutos por los que se extiende Amor del rey. Jiminelson se inició como un grupo de guitarra eléctrica, batería y ocasionales panderos y armónicas, pero llegó el momento de diversificar. Guitarra electroacústica, de doce cuerdas, pianos, trompetas y hasta banjo caben en estas canciones, y esa es una diferencia fundamental con el anterior Yo Jiminelson (2005 / 2006, Jiminelson / CFA Discos). Ahí donde la batería y la guitarra formaban una masa en exceso homogénea, ahora hay una variedad suficiente de timbres para matizar.
Lo mismo sucede con la voz de Gustavo León, ayer siempre forzada y a los gritos. Hoy varía entre la furia y la suavidad, aunque mantiene una afectación que puede ser tan criticada como lo permite una marca de estilo propio. Hay otro cambio donde incluso se puede jugar con los números: Amor del rey dura un tercio de lo que se alargaba su antecesor y sus ocho canciones no son ni la mitad de aquél. Es una reducción que se traduce en una música más compacta y mejor sintetizada.
Este no es un paso en dirección opuesta a la que siguió hasta ahora Jiminelson. Ahí están las conocidas pausas, aceleraciones, estallidos y los quiebres en la batería, mejor aprovechada en esta grabación. Ahí está también la raíz rockera y blusera, devota del riff guitarrero, la armonía simple y las frases básicas. Pueden resonar demasiados ecos ajenos al escuchar estas canciones, pero criticar eso es no advertir que el grupo sigue el camino de una tradición. Éste es un paso mejor dado que el anterior.
—Rodrigo Alarcón López